Su palabra, a partir de las promesas y los resultados, está tremendamente devaluada, tanto como el peso.
Igual de alarmante es advertir la dinámica de su contexto. Pareciera que nadie puertas adentro del Gobierno le presta atención. La consecuencia de tamaña desinteligencia es el desgaste de la propia figura presidencial.
Al fin y al cabo, es siempre el mandatario el que intenta dar la cara por los malos rendimientos, por los escándalos y la falta de perspectiva. Pero entonces el ciclo vuelve a comenzar, promesas incumplidas, magros resultados, palabra e imagen devaluadas.
Incluso su seguridad queda bajo la lupa a partir de lo sucedido días atrás en Lago Puelo, cuando un grupo de manifestantes atacó el vehículo que lo transportaba poniendo en serio riesgo su seguridad y la de su comitiva.
Quizás, cabe la posibilidad, al Presidente argentino la violenta protesta en Lago Puelo le llegó un poco de arriba, pero vale como afirmación de su propia garantía. Sonaba bonito allá por agosto de 2019: “Si alguna vez me desvío, salgan a la calle y digan ‘Alberto, esto no fue lo que nos prometiste’”.
Claramente la actualidad argentina no es la que nos fue prometida y dista mucho de la que se nos representa en los discursos oficiales, esa que nos exhorta a ser optimistas mientras los que se benefician son siempre los mismos.
Y en Argentina, un país presidencialista y altamente personalista, la búsqueda de culpables siempre apunta hacia una misma dirección.