Resolver diferencias es una tarea que nos requiere mucha energía. En tanto transitamos la convivencia, ya sea familiar, laboral o amistosa es inevitable que surjan disidencias -llámense chismes, conflictos, líos, discusiones o enojos-. Cuanto más afecto existe en el entorno en que se dan, se viven con más intensidad y suelen ser más conflictivas. ¿Cómo las resolvés?
¿Te imponés sin demasiada vuelta tomando lo que querés tipo “palo y a la bolsa”, arrasando con los relacionamientos? o ¿Cedes todo el tiempo postergándote reiteradamente, agachas la cabeza en pos de hijos, marido, madre, amiga, suegra, secretaria, etc.? ¿Preferís ceder antes que negociar para mantener la “armonía del hogar”, evitando discusiones, tolerando estoicamente el disgusto o soportando el cansancio que produce el infructuoso intento de establecer y mantener el diálogo?
Postergar o evitar el malestar no es hacerlo desaparecer. Ceder de esta manera, ceder por agotamiento, ceder por temor, abre la puerta de la sumisión y el resentimiento, arrojando como resultado múltiples violencias invisibles, violencias que por ser habituales terminan naturalizándose y pasan inadvertidas.
Alerta con estas violencias invisibles que se esconden detrás de hábitos nunca cuestionados o prescripciones sociales.
Imponer y ceder son dos caras de una misma moneda que tiene por eje la violencia.
¿Es menos violento ceder que negociar? Claro que no, negociar colaborativamente en un contexto ético permite “ganar”, entendiendo por ello obtener el máximo beneficio específico en aquello que se disputa cuidando, a su vez, la relación con quien se negocia.
Uno de los principales obstáculos a la hora de negociar es aceptar que las diferencias -que toda negociación involucra- existen. Asumir esto implica romper con la ilusión de semejanza y afinidad total con aquellos a quienes amamos.
Esta ilusión, esta idea que nos venden que identifica el amor con afinidad total, que nos presenta a la familia como el lugar donde todos estamos de acuerdo y somos felices, es la responsable en gran medida de muchas de las dificultades para negociar cuando los afectos circulan en medio.
A menudo las negociaciones suelen ser interpretadas como “atentados” a la unidad amorosa o como evidencias de desamor a causa de las diferencias.
Sin embargo, las diferencias son consecuencia normal, natural y necesaria de la vida y no desaparecen porque nos vendan otra imagen, porque lo decretemos o porque decidamos “callar a costa de”.
Lo más sano con las diferencias es asumirlas e intentar resolverlas.
Lo que sale instintivamente -según estilo y sensibilidad- es callar y ceder o imponerte sin miramientos, con los costos que cada una de ellas implica. Animate a incluir la negociación colaborativa en tu repertorio de respuestas. Negociar colaborativamente permite que ganemos todos, es el camino para construir la paz.