“Cerrado por duelo”, así se puede leer en un cartel escrito con una birome azul, con una mano temblorosa y que apenas pudo pegar a la puerta de ingreso a la peluquería, ubicada en Posadas.
El fanatismo por el Diego desborda el ser de Alejandro Buera (47), “un misionero por adopción pero maradoniano desde la cuna”, como se autodefinió. La devoción por el astro argentino prácticamente nació con él, fue transmitido por la sangre paterna y Ale también se encargó de contagiar a su esposa Lily y la pequeña Marina.
“Es el Dios del fútbol”, aseguró el peluquero a EL DEPORTIVO cuando fue consultado sobre qué significa Maradona para él, y agregó: “no hay ni habrá otro como el 10”.
Alejandro recordó a su papá, Ramón, a las reuniones familiares enfrente del televisor para ver los mundiales de México 86 e Italia 90 y no pudo contener el llanto al rememorar cuando “el Diego los insultó a todos los italianos que estaban silbando nuestro himno. Me acuerdo de ese día y no puedo seguir, discúlpame amigo”, dijo emocionado, con los ojos cargados de lágrimas y a punto de soltar. El peluquero se contuvo y, como pudo, siguió recordando todas las locuras que hizo en su vida para ver jugar al Diego.
Contó que presenció casi todos los partidos más importantes de la carrera de Maradona, pero hay tres que son inolvidables para Alejandro: “Estuve dos veces en la cancha de River, una vez fue para el partido por el repechaje ante Australia (1993), cuando Diego volvió a la Selección Argentina que buscaba su pase al Mundial de Estados Unidos, un año después. Esa vez viajamos con unos amigos sin comprar entradas, pero por suerte conseguimos en la reventa, encima muy buenos lugares. Con los ojos cerrados fuimos, era el regreso del más grande”.
Y la otra “fue en el superclásico del 97, que terminó siendo su último partido como profesional. Esa vez jugó cuarenta y cinco minutos, salió en el entretiempo reemplazado por (Román) Riquelme”. Con el tiempo se dio cuenta que también había presenciado la última gambeta del Diez en un campo de juego.
Pero, sin dudas que el día más importante de sus recuerdos maradonianos lo llevan a ese 10 de noviembre del 2001 en La Bombonera, en su despedida, cuando el Pibe de Oro inmortalizó la frase: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Alejandro lo vivió desde la bandeja que estaba arriba de donde se ubica siempre la famosa hinchada bostera llamada La 12.
En su peluquería, Alejandro tiene su espacio de trabajo convertido en mini templo: “Tengo fotos del Diego, de mis viajes y una réplica de la copa del mundo. Es bien argentino, pasó por todas y tenía la sangre argenta”.
“¿Por qué lo quiero tanto? Porque el Diego unió a las familias, recuerdo todos los partidos que vi junto a la mía. Porque mi papá Ramón murió el mismo día del cumple de Diego. Y por lo grande que fue, es y lo será”, finalizó Alejandro, mientras se sacaba la remera para mostrar su tatuaje del Diego, su locura más amada.







