Por Guillermo Baez.
Con poco roce político y mucho contenido mediático en su haber, la llegada de Donald Trump al poder en 2016 constituyó una sorpresa para buena parte del mundo, incluso para quienes postulaban y apoyaban la figura del magnate mediático e inmobiliario.
Primero fue su triunfo en las intrincadas primarias del Partido Republicano y luego la victoria sobre su oponente, la demócrata Hillary Clinton. Su gancho discursivo de “hacer a América grande de nuevo” había sensibilizado el corazón del Estados Unidos más profundo y allanó el camino hacia la Casa Blanca. Desde entonces todo fue un torbellino, tanto para el país como para el concierto de naciones. La multipolaridad que impulsan China, Rusia y otros bloques exacerbaron los que quizás sean los rasgos más distintivos de Trump: la arrogancia, el ímpetu y la visceralidad.
Guerra comercial, vaivenes económicos, abruptas renuncias internas con fuertes denuncias posteriores, históricas tensiones raciales, incluso un impeachment y hasta una pandemia global. Nadie ni nada habrá sido indiferente a uno de los mandatos más extremos de las últimas décadas de los Estados Unidos, un país cuya geopolítica deja secuelas en cada centímetro del planeta.
Y a la vuelta de estos cuatro años nadie esperó más que los demócratas. La oportunidad de destronar al hombre que defenestró al partido y al legado de Barack Obama está a la vuelta de la esquina. El martes es el día y las proyecciones, aunque reservan una ventaja de poco más de siete puntos para Joe Biden, no dan nada por sentado. De hecho, esa era la diferencia a favor de Clinton en la previa de 2016 y el resultado final fue la llegada de Traump a la oficina oval.
Hay cuestiones claves como el voto de ciertos estados y de algunos sectores de la población mayoritariamente opositores al “trumpismo”.
Entre los factores que impulsan la reelección del republicano figura sin dudas el de la economía. Hasta el surgimiento de la pandemia de COVID-19 la estructura económica estadounidense era sólida y evolucionaba favorablemente. Mientras el desempleo había bajado a niveles históricos, Wall Street pasaba por uno de sus mejores momentos. Sobrevino la pandemia y con ella la crisis, pero las condiciones para la reactivación estaban dadas y días atrás, por ejemplo, se anunció que el PBI rebotó y creció un 7,4% entre julio y septiembre respecto del trimestre anterior.
En el tramo final de la campaña el empleo también fue una buena noticia para Trump a partir de su recuperación. Persiste en el ideario estadounidense la sensación de que un empresario exitoso podrá manejar mejor la economía en un contexto de crisis.
Otra de las fortalezas del Trump es su base electoral que se consolidó durante su mandato. Mareas de ultraconservadores siguen apoyando a su líder en el Estados Unidos profundo. Celebran medidas como las desregulaciones ambientales en favor de las industrias y las energías convencionales. Cuestiones tan polémicas como un muro contra los inmigrantes en favor de la mano de obra local, un freno a las importaciones chinas y un mayor proteccionismo económico sostienen el fervor de los seguidores de Trump.
Con diferentes matices, la de Estados Unidos es una sociedad mayoritariamente conservadora y Trump se autoerigió como guardián del modelo. Sus cotidianas advertencias acerca de lo radicalmente socialista que puede ser Biden (que ciertamente lejos está de serlo) instalaron un manto de temor en las capas más tradicionales y moderadas del país. La asociación que el republicano hace del demócrata con figuras como Nicolás Maduro o el castrismo cubano disparan el miedo y también traccionan votos a favor.
Los otros argumentos
Ahora, si de una posibilidad de derrota se trata, también hay argumentos más allá de la intención de votos que viene favoreciendo a Biden desde hace semanas.
La actitud y la gestión de Trump frente a la pandemia del coronavirus es sin dudas una de ellas. Con 230.000 mil muertos y más de nueve millones de contagios en lo que va de la crisis sanitaria, la constante minimización que hizo el Presidente del más grave problema sanitario de los últimos tiempos arremete fuerte contra su imagen.
Las contradicciones en las que cayó el mandatario incluyeron fuertes entredichos con sus propios asesores y expertos. Consejos hilarantes y peligrosos como inyectarse lavandina o consumir medicamentos no aprobados, o la constante actitud de no utilizar barbijos en medio de actos masivos limaron la imagen del hombre que debía cuidar la salud de la Nación.
La incoherencia fue tal que tanto él como su esposa Melania contrajeron la enfermedad en medio de una campaña que, hasta ese momento, no tenía imágenes con tapabocas por tratarse de un símbolo de debilidad. A propósito, una reciente encuesta de la agencia de noticias Reuters advierte que apenas el 37% de los estadounidenses aprueba la gestión de Trump en la pandemia.
En un país que se jacta de su rectitud ante la ley y su apego a las normas, en las últimas semanas Trump se ganó fama de evasor. Una reciente investigación de The New York Times en base a las declaraciones de impuestos del Presidente describe a un hombre de negocios que evade impuestos y con fuertes presiones por deudas masivas en clara colisión con su cargo.
Cuestionado al respecto, Trump se negó a hablar y se limitó a describir el informe de The New York Times como “una noticia totalmente falsa”.
El propio estilo presidencial de Trump que fanatiza a sus seguidores es en extremo rechazado por varios exfuncionarios de la Casa Blanca que se fueron antes de tiempo. Los salientes describen al mandatario como un hombre incompetente, egocentrista e impulsivo. Su constante actitud de reproducir por redes sociales mensajes racistas y homofóbicos junto a su negativa a condenar el supremacismo blanco en un país con fuertes tensiones raciales inclinan la balanza en su contra.
Frente a una historia nacional reciente plagada de casos de racismo y brutalidad policial, los estadounidenses advierten que su Presidente jamás demostró empatía con las víctimas. Ese mismo destrato se advierte cuando Trump se dirige a las mujeres, donde encuentra un gran porcentaje de rechazo. Mediciones recientes aseveran que Biden le lleva 24 puntos en ese sector. Y es que, más allá de las claras diferencias políticas, el actual mandatario trató de “monstruo” a la candidata rival Kamala Harris (se postula a la vicepresidencia) y “vieja loca” a la jefa de la cámara de representantes, la demócrata Nancy Pelosi.
Otro de los flancos que deja Trump es su predilección por las desinformaciones. The Washington Post se tomó el trabajo de contabilizarlas y sorprendió al informar que, desde que asumió en 2016, Trump llegó a pronunciar 22.000 falsedades.
Votación y después…
Estados Unidos siempre vota presidenciales “el primer martes después del primer lunes de noviembre”, según lo acordado en 1845 por el Congreso. En este caso la elección se sitúa en el martes 3 de noviembre venidero. En aquel entonces se contemplaba que en noviembre ya no había cosechas, que los caminos ya no estaban limitados por la nieve y el hielo y que, siendo martes, los electores no tuvieran que viajar durante un fin de semana.
Los ciudadanos no eligen directamente al candidato, sino a compromisarios o electores dentro de cada estado que emitirán votos electorales en su nombre. En total son 538 compromisarios repartidos por los estados en función de su población que forman el colegio electoral que elegirá al próximo presidente. Del total resulta que un candidato necesita 270 de los 538 votos para ser elegido mandatario.
La ley electoral establece que los electores “se reúnen y emiten su voto el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre”. Así las cosas, el 14 de diciembre, los electores se reunirán en los estados y votarán por el Presidente y el Vice.
Lo siguiente sucederá el 6 de enero, cuando el nuevo Congreso reciba los votos electorales, los recuente, certifique y anuncie solemnemente el nombre del presidente electo. Finalmente, el 20 de enero, se celebrará la ceremonia de investidura como sucede en esa fecha desde 1933.
Dicen de él
John Bolton es un experto en la Casa Blanca. Asesoró a los expresidentes Ronald Reagan, a los Bush y también a Trump, quien lo nombró asesor de Seguridad Nacional.
Desde su cargo observó cómo es el proceso de toma de decisiones de la actual gestión y en septiembre del año pasado decidió renunciar luego de entredichos con su jefe.
Bolton dialogó semanas atrás con el diario Clarín acerca de su libro “The room where it Happened” (La habitación donde sucedió), un material que la Casa Blanca atacó desde el principio. El ahora exhalcón, como se suele denominar a los que gravitan en la oficina oval, habla en su libro de un Presidente sin estrategias que gobierna pensando en su reelección, un hombre “asombrosamente desinformado” que cree que Venezuela es parte de Estados Unidos y Finlandia de Rusia.
Trump “no entendía por qué no podíamos tomar el petróleo venezolano, ya que, como después preguntó para verificar, Venezuela formaba parte de Estados Unidos. A John Kelly, que en ese momento era jefe de gabinete, le preguntó si Finlandia era parte de Rusia, cosa que era así hace más de 100 años, pero dígaselo a los finlandeses hoy…”.