Casi al mismo tiempo que el coronavirus comenzó a traspasar fronteras, laboratorios de diversas partes del mundo, iniciaron una carrera contra reloj para encontrar una vacuna que pueda hacer frente a la pandemia.
Hasta ayer, los contagios declarados en todo el mundo sobrepasaron los 8.000.000, mientras que los fallecimientos superan los 437.000, según el Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas (CSSE) de la Universidad Johns Hopkins (JHU). En total, son 213 países y territorios los que se vieron afectados por el llamado enemigo invisible.
Por ello, desarrollar una vacuna, se convirtió en una cuestión de máxima prioridad y a pesar de que no hay ninguna certeza de si las vacunas llegarán o no, lo cierto es que las primeras evidencias científicas generan cierto optimismo.
Los datos actualizados de la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestran que son 142 los proyectos de vacunas, aunque hasta ahora sólo diez pudieron comenzar las pruebas en humanos.
¿Por qué científicos de todo el mundo se abocan a desarrollar una vacuna?¿Es la única solución científica contra el COVID-19?¿Qué pasará una vez que se aprueben? Para responder estos y otros interrogantes, PRIMERA EDICIÓN dialogó con el Doctor e Investigador del CONICET, Diego Sebastián Ojeda.
“Hay diferentes tipos de vacunas y diferentes formas de generarla, pero el objetivo central es el de generar una inmunidad. La diferencia es que hay veces que esa inmunidad es humoral (generada por anticuerpos) y otras veces es (celular) mediada por células”, explicó.
Por ello, señaló que “la primera pregunta que hay que hacerse es ¿cuál es el mejor tipo de inmunidad para eliminar el virus?”.
Y para esto, Ojeda mencionó dos estrategias: “la primera es sintetizar las proteínas virales para inocular a los humanos, y la segunda es utilizar virus atenuados, es decir virus modificados genéticamente para que sean lo suficientemente leves como para ingresar al cuerpo de los humanos, replicarse y generar respuesta inmune”.
Fases
Habitualmente, antes de cualquier prueba clínica en humanos, las vacunas deben superar una fase cero o preclínica, que incluye pruebas in vitro y en animales. Si demuestra que es segura y que puede funcionar en los organismos animales, pasa al estudio clínico que a su vez se divide en tres fases y una cuarta opcional.
En la fase 1, la vacuna se prueba en grupos reducidos de personas sanas, para confirmar que es efectiva, determinar la dosis adecuada e identificar posibles efectos secundarios.
La fase 2 es un estudio a mayor escala para evaluar los efectos secundarios más comunes en el corto plazo y la reacción del sistema inmune.
En la fase 3 participan miles de personas y se compara la evolución de las personas vacunadas con respecto a las que todavía no lo fueron.
Finalmente, una cuarta fase opcional: una vez que la vacuna ya fue aprobada, para recabar más información acerca de su eficacia.
¿La vacuna es el único recurso?
En otros países, particularmente el nuestro, se están utilizando otros métodos. El más conocido es el de plasma de convaleciente que “utiliza el plasma de personas que ya tuvieron el virus, se curaron y tienen niveles muy altos de inmunoglobulina neutralizantes o IGG, para transfundirlo a aquellos pacientes que presentan síntomas graves de COVID-19”, explicó.
Además, Ojeda contó que recientemente comenzaron a trabajar con otro método que “es similar al del plasma de convaleciente, pero éste utiliza suero de caballos”, contó.
En rasgos generales, lo que se hace es “incular a un caballo con las proteínas virales y, después de un tiempo, se saca el suero del caballo y se purifican los anticuerpos para pasarlos a los pacientes”.
En este punto, destacó que “es como que las personas tienen inmunidad, pero es efímera porque no le es propia, entonces hay que aplicar las inyecciones varias veces”.
Además, los fármacos son la otra gran línea de investigación en la lucha contra el coronavirus.
En el portal estadounidense clinicaltrials.gov, donde se lleva la cuenta de los ensayos clínicos sobre COVID-19 en todo el mundo, se registran más de 1.700 fármacos, muchos de los cuales ya demostraron su eficacia en otras enfermedades. Sin embargo, y aunque algunos ya probaron cierta efectividad contra el COVID-19, lo cierto es que todos están todavía en una etapa de evaluación.
El dexametasona, utilizado para enfermedades de tipo respiratorias; el Remdesivir usado para tratar el ébola; lopinavir y ritonavir, para el VIH; y hidroxicloroquina y cloroquina para la malaria, son algunos de ellos.
¿Qué pasará cuando estén listas?
Con todos los esfuerzos puestos en el pronto desarrollo de las vacunas, la siguiente gran pregunta sería: ¿qué pasará cuando se aprueben? “Yo creo que por cuestión humanitaria, se tendría que divulgar la fórmula y método factible para producirla”, dijo.
“La idea sería que aquel laboratorio que la desarrolle, cobre una patente por su fórmula para que otros países puedan replicarla”, sostuvo.
Sin embargo, lograr su producción en masa no será sencillo y no todos los países podrán hacerlo. “El primer paso es desarrollarla, pero después hay que producirla y no es fácil: tenés que seguir el control de calidad que es muy riguroso, necesitás la tecnología adecuada… El desafío no es sólo desarrollarla, una vez que tengamos la fórmula hay que ver qué países van a poder producirla”, concluyó.
Argentina, en la carrera de la vacuna
Cabe destacar que uno de los proyectos de vacunas registrados, corresponde a un grupo de investigadores de la Universidad de Buenos Aires.
Es la investigación más avanzada del país y todavía está en los estudios preclínicos, pero ya se comenzó a probar en animales y según el rector de esta casa de estudios, Alberto Barbieri, a fin de año se podría probar en humanos.