Opinión
Por Francisco José Wipplinger
Presidente de FJW SAT
Nunca fue mi característica expresarme permanentemente por este medio, el cual presido desde hace varios años, pero las circunstancias excepcionales que vivimos y la tremenda crisis hacia la que nos estamos dirigiendo así lo amerita.
Los periódicos debemos expresar la Voz del Pueblo, hacer periodismo, informar e interpretar a todos aquellos que no tienen voz, pero que perciben, sienten y sufren el producto de las gestiones de los gobiernos.
Nuestro Gobierno nacional no sale de un laberinto por él mismo elegido. Sus desmedidas dentro de esta crisis sanitaria no causan otra cosa más que hacer crujir al extremo los basamentos de una estructura económica y empresarial, que tan deteriorada estaba, producto de los avatares atravesados por las crisis económicas de los últimos dos años.
La crisis sanitaria global nos atrapó y la resolución de la misma no será cosa fácil de dirimir, pero el que nadie haga foco en el día después de ella, es un escenario de suicidio en términos de política económica.
El eje central del Gobierno nacional en este punto debió haber sido el de proteger a las empresas generadoras de empleo. De esta forma se cuidaba a la gente, su trabajo y su salario.
Llevar la economía a un escenario del 80% de capacidad ociosa y al país a niveles de pobreza impensables, producto de niveles de PBI del orden del -8/9%, no será la solución, sino un enorme problema que se adiciona a los que ya existen.
Mucho hablamos, y con razón, de los muertos por venir, pero poco hacemos por los muertos caminantes que estamos sembrando día a día como consecuencia de las acciones económicas que en el transcurso de los días van ocurriendo.
Argentina no tiene los recursos fiscales de Alemania o EEUU, no tiene la credibilidad monetaria de Francia, ni los bancos públicos de Nueva Zelanda, ni los funcionarios o la transparencia de los de Finlandia.
Adicionalmente con un Congreso que no trabaja, con la Justicia cerrada y máxime, teniendo en cuenta el gasto que ambos poderes generan, nos encontramos que en todos los países anteriormente mencionados nada de esto pasa y todos tienen el estado de emergencia declarado.
Tenemos un ministro de Economía que, en la peor crisis económica y social de la Argentina en décadas, sólo administró su tiempo para dedicarlo a buscar una salida a la deuda externa y no pudo encontrar otra que no fuera un nuevo default para el Estado, mientras el país se encamina aceleradamente hacia un futuro por demás incierto.
Somos un conjunto de voluntariosos manejándonos en un contexto anárquico, sin funcionamiento de poderes, carentes de un plan, una hoja de ruta, o un mero esquema de trabajo, operando sin presupuesto, pero cubiertos por el paraguas de la emergencia que todo lo avala, desde las adjudicaciones directas, los sobreprecios, la inoperancia, los errores, y las ventajas otorgadas a sectores protegidos.
Somos un país sin gestión, cuyo Gobierno timonea sólo el día a día, improvisando permanentemente ante las dificultades, que repite continuamente los mismos errores y, por ende, tropieza una y otra vez, con similares inconvenientes.
Es una conjunción perfecta entre la mediocridad y lo marginal, que se ampara en las sombras de la necesidad y produce una frustración pandémica hacia sus habitantes.
El descontrol es su virtud, la concentración de poder es la característica, la improvisación en el actuar es el resultado final.
Debemos cambiar esta metodología porque nuestra verdadera enfermedad es la forma de enfrentar los problemas que nunca debimos haber tenido.
No tenemos una gestión adecuada porque hay políticos que de esas aguas turbulentas se nutren, viven, y transitan, dejándonos como legado de su acción, frustración, mediocridad y pobreza.
En este contexto las provincias necesitan extremadamente que se le paguen las deudas que el Estado tiene con ellas, que se les brinde la asistencia necesaria, porque serán ellas el dique de contención y protector de una avalancha de carencias de sus habitantes.
En la penuria y adversidad sabremos navegar si y sólo si la gestión tiene como objeto proteger el trabajo y la empresa y no el interés ocasional, volátil y corporativo. Esto es, elegir entre los generadores y los oportunistas, entre el trabajo y la codicia.
Dentro de este contexto una reflexión final que lleva más de 150 años, pero que ilustra perfectamente la esta situación expuesta y dice:
La ley es tela de araña,
Y en mi ignorancia lo explico,
No le teme el hombre rico,
No le teme el que manda,
Pues la rompe el bicho grande,
Y solo enrieda a los más chicos
Con el respeto que el momento actual amerita, no queremos ser enredados por una telaraña que se ampara en la salud, que nos amontone a todos y nos revuelque por los sinsabores de una economía quebrada y nos lleve a un escenario en el que nunca más debimos adentrarnos.
Tenemos que entender de una buena vez que este no es el camino y, al mismo tiempos, atender a quienes trataron de ayudar en este proceso tan difícil. Comprender la Voz del Pueblo que reclama una vital ayuda.