Tenía 12 años recién cumplidos cuando una lejana mañana de verano vi a un señor rubio sentado sobre uno de los pilares bajos del cerco de la ENET Nº 1 de Iguazú, mientras cumplía un mandado para mi madre-abuela.
Pasé muy lentamente a su lado y pude ver que dibujaba los viejos árboles de la plaza San Martín, con increíble soltura y trazos rápidos.
Me impactó esa escena e inmediatamente me dije que alguna vez me gustaría ser como él, porque yo ya dibujaba en cuanto papel caía en mis manos, aunque fuera la parte de atrás de los almanaques o trozos de papel estraza de los almacenes.
Nunca me imaginé que semanas más tarde yo estaría, muy tímidamente, tomando clases de dibujo y pintura en la primera Escuela Municipal de Artes de Iguazú, bajo la dirección de un profesor que se llamaba Floriano Pedrozo (nacido en Picada San Javier), cuya relevancia en la plástica misionera, aún desconocíamos.
A partir de aquél momento pasé largos años junto a un inolvidable grupo, hundido en la magia de las temperas, las acuarelas, los óleos, las tintas, el barro ñaú, las gubias, los formones y el olor al aguarrás, que se mezclaba con el aroma del mate cocido con leche que preparaba el “profe” y con el pan francés caliente de la panadería del “turco”, cuyo sabor jamás olvidaré.
Siempre digo que no tuve la infancia que muchos tuvieron, porque mis días estaban repartidos entre la Escuela Nº 462 y las horas de arte, pero también como picolero, para aliviar la frágil economía familiar de mis padres de crianza (abuelos maternos).
Bastante similar a la vida de nuestro gran profe o a la de muchos misioneros, cuya vida y tragedia él se ocupó de plasmar durante toda su vida, en telas, cartones o cerámicas. Me frustraba no poder andar por las canchitas de fútbol de las villas, por los tentadores tajamares, las audaces y furtivas incursiones de pesca por el Iguazú o el Paraná, u otras actividades propias de los niños de mi edad.
Pero, realmente, no podía dejar de asistir al fascinante mundo de la creación artística, que todos los días alimentábamos un poco más, no sólo con lo que nos enseñaba, sino que él mismo era nuestro mejor “tablero o caballete de aprendizaje” o nuestro mejor espejo de trabajo.
Creo que la mejor enseñanza estaba en ver cómo nacían sus grandes obras, con escenas y personajes que realmente impactaban. Verlo casi en estado de trance durante largas horas, dándole vida a los lienzos, fue algo que me marcó de por vida y fue, con certeza, uno de mis mayores desafíos: seguir sus pasos hasta donde me fuera posible.
La gran mayoría de las obras que vendió o regaló en Iguazú y zonas aledañas, las pintó allí mismo, delante nuestro, que más que un cuadro o una pintura, nos parecía algo extraordinario, que tal vez jamás llegaríamos a igualar.
Un hecho verdaderamente conmocionante, a pesar de nuestra escasa edad, fue la Tragedia de Iguazú, el viernes 30 de noviembre de 1973, cuando cayó el avión que transportaba al gobernador de Misiones, Juan Manuel Irrazábal y el vicegobernador, César Napoleón Ayrault, en la selva de Puerto Península, porque nos afectó de manera directa.
Floriano Pedrozo nació en Picada san javier, cerca de itacaruaré, el 12 de mayo de 1938. desde muy joven se radicó en garupá y ya como docente, pasó a vivir a puerto iguazú. fue un artista consustanciado con el paisaje y los personajes de su tierra. Fue pintor, dibujante y caricaturista, e incursionó en la talla, los murales y la escultura.
Meses antes, yo había tallado una inmensa rodaja de tronco, con formato de mesa ratona. Apenas finalizada esa tarea encomendada por nuestro “profe”, llegó de visita oficial a Iguazú, un Ministro de Acción Social de la provincia, cuyo nombre no recuerdo, quien al ver dicha mesa, manifestó su gran satisfacción porque la había hecho un alumno “tan jovencito”, tal cual expresó. No sé realmente cuál iba a ser el destino de aquél arduo trabajo de tallar una madera tan dura, pero ante aquélla expresión de beneplácito del funcionario, Mandové simplemente se la regaló.
La respuesta del funcionario fue tan inmediata como conmovedora para todos: decidió regalarnos un viaje de una semana a Posadas, con todo pago, pero con un plus maravilloso: entrada libre para todos los días que durara el Festival Nacional del Litoral, para la delegación de casi 40 personas, de la Escuela Municipal de Artes de Iguazú, cuya gran mayoría éramos de procedencia humilde. Infelizmente, apenas llegados a la capital provincial, nos encontramos con la terrible noticia de la trágica muerte de los emblemáticos gobernantes misioneros.
Nuestro paseo no se interrumpió y lo disfrutamos igual, porque no teníamos clara conciencia de lo ocurrido ni de sus repercusiones, pero nos perdimos el Festival, por su inmediata cancelación.
Con la firme guía de Mandové, mis pasos se fueron afirmando paulatinamente y en 1976, con 17 años y estando todavía en la secundaria, realicé mi primera exposición de pinturas, en la Cámara de Comercio de Iguazú.
En diciembre del año siguiente, el destino nos llevó hasta el hermoso pueblo de Aristóbulo del Valle, donde Mandové fuera requerido por el intendente Joaquín Rietz. Allá fuimos, con Mingo Paraná y Daniel Duarte, en nuestro carácter de alumnos más destacados, para ayudarlo en la construcción de la estatua de la Libertad y del busto de San Martín. Éste último se encuentra en el patio principal de la Escuela Normal Nº 6.
Con la exigencia de tales trabajos, recibimos grandes lecciones. Finalmente, me quedé allá, contratado por la Municipalidad local, como profesor de pintura en cuatro escuelas, incluida la Normal, con el peso y la responsabilidad de transmitir todo lo aprendido en mis años de alumno de “Mandové” Pedrozo, pueblo donde también quedaron muchas de sus pinturas, que las hiciera, atrapado por el embrujo del Valle del Cuñá Pirú.
Mandové rescató la actitud del ´Polaco´ Kruselñiski, que lo enseñó a pintar con espátula, pero manifestó que siempre que podía, curioseaba en el atelier de Nicolás Reviatkin, de Juan Mariano Areu Vrespo, Juan de Dios Mena y de Lucas Braulio Areco. Se reconocía alumno de Benito Quinquela Martín. Estudió dibujo en el Museo “Genaro Pérez”, de Córdoba; pintura en la Escuela de Arte “Manuel Belgrano”, en Buenos Aires, tomó clases con Juan Carlos Castagnino, en La Plata, y de dibujo, con Juan Carlos Arancio, en Santa Fe. no obstante, “Mandové” recordaba como su primer maestro a Arturo Gastaldo, de Oberá.
Hay muchos exalumnos que no tienen vida pública, pero que siguen creando cosas, pintando en soledad, trabajando la madera, haciendo piezas de cerámica, etc…Ninguno ha dejado del todo las cosas aprendidas en aquéllos tiempos.
Una de sus frases más marcantes fue, sin dudas fue: “El arte les va a abrir las puertas del mundo”, frase que me viene a la memoria y me emociona, cada vez que pongo los pies en un avión para llevar algunas obras mías a lejanos lugares del mundo.
O simplemente por verlo a Marcelo Reynoso y “Kossa Nostra”, llevando su arte por otras incontables y bellas ciudades del exterior. De hecho, ya tuve la suerte de exponer en nueve países, siempre invitado, y seguramente, con el duende y las huellas de Mandové Pedrozo, filtrándose entre líneas, colores y trazos. Es decir, Misiones, mi tierra, en mi corazón, siempre. Eso nos transmitió!