Parte I
Esta historia se desarrolla en un pueblo muy pequeño a un costado de la Ruta 14, sobre las orilla del río Uruguay. Que cuando pasas, por la ruta 14, hay una cruz muy grande que identifica justamente al pueblo, La Cruz, pueblo pequeño de gente simple, sencilla.
Su estructura urbanística está formado por la comisaria, Iglesia, algunas casas antiguas con amplias puertas y ventanas, algunos negocios, una plaza cubierta de árboles, donde se concentran la gente en fiestas patrias que conforma todo el pueblo.
Pero la historia se desarrolla en una estancia muy cera de allí, llamada LA PETIZA. Vaya saber porque le pusieron ese nombre, porque los dueños Don Doroteo Agapito González y su esposa Doña Asunción Crisóstoma Pereira, ambos nacido en Paraguay pero criados en La Cruz y eran de contextura mediana.
Era una estancia que se dedicaba a la ganadería, vivían allí varios peones que formaban una villa alejada del casco de la estancia, ranchos que eran una pieza y en el centro la cocina negra, por el fogón que constantemente estaba encendido, un tizón, una pava una olla negra un trípode y alrededor unos troncos que hacían de silla y una mesa tajeada por los cuchillos, pero al tiempo formaba todo el amueblamiento de la cocina. Lugar de tantas historia de yerra y domas.
Tipo cuatro de la mañana la cocina se volvía un lugar de bullicio, cada uno era más baqueano que el otro, entre mate y mate las historias más fantástica se contaban, nadie quería ser menos que el otro, pero llegaba la cinco y todos al campo a su tarea diaria, algunos salían murmurando en guaraní y riéndose.
La cocina quedaba en un silencio sepulcral, todos el Filomeno Aguirre, Anastacio González y el Cipriano Pereira eran los más antiguo y sabedores de la Estancia, muy respetados entre la peonada, aunque con unas copas de vino solían ponerle misterio y miedo a sus historia. Pero el caserío no quedaba solo,había allí un mitai de unos nueve años aproximadamente, de ojos negros, piel morena flaco silencioso.
Según los paisanos su madre era lavandera de los patrones y había muerto en el parto, su padre, según el Anastacio, era el patrón que en una noche de trago terminó en el racho de la lavandera y el fruto de esa noche de pasión y alcohol fue ese niño, fue bautizado en la iglesia del pueblo, cuyo cura no se creyó el nombre del padre, más él que sabía la historia, ya que la misma corrió como reguera de pólvora por todo el pueblo y zonas aledañas.
Fue bautizado con el nombre Rómulo González, el apellido de su madre que descansaba en paz en el campo Santo. Fue criado por una anciana que vivía en la villa con la paisanada, cumplía la función de curandera y partera del lugar, en su rancho tenía en un rincón una mesa con más Santo que el Vaticano, alguno pagano y otro no el Gauchito gil, Santa Catalina, la virgen de Itatí.
Esta mujer de uno setenta y pico de años curaba empacho, mal de ojo y mal de amores, según cuentan los paisanos que Doña Concepción, así se llamaba la anciana muy respetada por los lugareños, no pudo traerlo de vuelta a la mujer del Filomeno Aguirre que se había ido con un paisano de Santo Tome, porque era muy fuerte el payé que le habían puesto a la Rufina para que se enamorase de ese paisano que había venido a trabajar una temporada a la estancia y resultó que mirada va mirada viene la Filomena se enamoró perdidamente de este paisano, y dice la mala lengua del pueblo que una noche de alcohol y chamamé el Filomeno traspasado de alcohol tanto era la borrachera que quedó dormido en el camino de regreso al rancho, al amanecer ya sobrio llega al rancho y no encuentra a la Rufina.
Un frío recorrió su cuerpo y más cuando vio el catre con los trapos que tenían de cobija sin ninguna arruga, porque eso sí, la Rufina era prolija y limpia, luego miró a un costado de la pared donde había unos clavos que hacía de ropero y no vio ropas colgada de su amada, todavía resacado de la borrachera de la noche anterior, recorrió todos los ranchos del lugar y nadie sabía nada de su amada. Bueno sabían pero nadie abrió la boca para no quedar mal con el Filomeno.
Fue al rancho del forastero y encontró todo vacío y ahí el Filomeno cayó como arpa vieja que la Rufina se había ido con ese hombre y lo más triste que no sabía nada hacia donde fue, pero tenía una opción, “Doña Concepción es la única que me podrá ayudar a encontrar a mi Rufina”, dijo.
Se dirigió hacia la casa de Concepción y la encuentra barriendo el amplio patio poblada de gallina, al ver la vieja de lejos que venía el Filomeno con la cara desencajada y corriendo parecía que había visto un lobisón le dijo a Ceferino su compañero de año trae la banqueta y pone debajo de la enredadera que ta más fresco y saca pué agua fresca del pozo.
Filomeno llegó como el coche motor que para en la estación y se sentó y la vieja le pregunto qué pico te anda pasando y a Filomeno solo le salía la RU RU y la vieja más perdida que turco en la neblina, le dijo habla pué mientras el viejo con el balde y un jarro acercó a la mesa y el Filomeno se tomó todo el balde de agua un poco producto de la resaca y otro de correr como un kilómetro.
La vieja como médica sin chapa de médico pero con una experiencia que le había dado la facultad de la vida le hace pasar a su consultorio y allí con una pinza saca del fogón una braza y comienza a vencerle pasándole la braza por el contorno de cuerpo, era para calmarle el susto de lo que había pasado pero el pulso de la vieja ya no era seguro, en muchas ocasiones le pasaba por la cara y el Filomeno se sacaba para no quemarse.
Es así que este buen paisano anduvo mucho tiempo triste, solitario y borracho, perdiendo su trabajo harapiento por la polvorienta calle del pueblo, un día desapareció nadie supo más de él. Doña Concepción mucho trabajó con él, ni el Gauchito Gil pudo traer a su amada.
Rubén Darío Motta
Es ecologista. Tiene una página llamada “Ecológico BARRIO DEL LAGO”. Participó en programas de radio en calidad de conductor. Trabajó en el Sistema Provincial de Teleducación y Desarrollo (SiPTeD) difundiendo trabajos Ecológicos en los barrios posadeños.
Fue director de tercera categoría en la Escuela 33 de El Alcázar y director de la Escuela número 721 de Posadas. Trabajó en el Consejo General de Educación, Dirección de Enseñanza, Junta de Clasificación y Disciplina en 1990. Publicó dos libros, “La aldea” y “El provinciano”. Posee otro terminado denominado “El maestro”. Además escribió microsrrelatos. Está casado con Corina Isabel Adan.