La jugada venía desde la derecha. Llegó el centro, un compañero se la bajó y Lusmila, con el arco a su favor, sólo tuvo que empujarla. Fue el gol que siempre soñó: nada más y nada menos que a River. La niña, de 11 años, miró al cielo para la dedicatoria. Hizo bien. Allá, entre las nubes, festejaba su hermano Héctor.
Fue él, justamente, quien le enseñó a jugar al fútbol y por quien Lusmila hoy es una más de la Categoría 2007 de Crucero del Norte. La única niña entre los varones, Lusmila le dijo un día a su mamá que quería cumplir el sueño de su hermano y ser una gran futbolista. El que no pudo cumplir Héctor. Porque el cáncer se llevó sus gambetas al cielo para jugar un picadito entre las nubes.
Héctor y Lusmila son mellizos. Él era un gran jugador de la misma categoría en la que hoy juega Lusmi hasta que su mamá, Marisa Páez, le descubrió un golpe en el brazo y lo llevó al doctor. Era abril de 2016. El diagnóstico golpeó a todos: osteorsacoma, una especie de cáncer en los huesos. Héctor no se entregó. Le amputaron el brazo derecho pero no fue suficiente: había hecho metástasis en los pulmones y los médicos le avisaron a su mamá que no había nada más que hacer. Falleció en enero de 2017. Lusmila fue testigo del padecimiento de su hermano y en su interior fue gestando el mejor homenaje.
“Ella hacía taekwondo. Mientras Héctor estuvo enfermo no pude seguir pagando ni llevarla más. Pasó todo lo que pasó y cuando nos recuperamos le dije si quería seguir taekwondo o hacer patín como una amiga de ella. Me dijo que no, que quería jugar al fútbol”, recordó a EL DEPORTIVO su mamá. Entonces Marisa se acordó que en el Club Huracán había un equipo de nenas y le dijo para llevarla allí, pero Lusmila quería ponerse la misma casaca que su hermano: la de Crucero del Norte.
En esa posibilidad jugó un rol importante el entrenador de Héctor, Jeremías. Un día las visitó y vio a Lusmila jugar con las pelotas que habían quedado de Héctor. “Le preguntó si le gustaría probar. Fue el día más feliz después de lo que pasó”, recordó Marisa. El profe habló con el club, que dio el Ok, y Lusmila hace un año es una más de la categoría en la que alguna vez jugó su hermano.
La protagonista
“Él me enseñó a jugar. Yo quería aprender porque él me bailaba a pelotazos”, dice Lusmila a EL DEPORTIVO. Esas tardes peloteando en el patio de su casa sembraron una de las tantas semillas que Héctor dejó en ella.
En esa complicidad de hermanos le transmitió la pasión por el fútbol y la niña está decidida a cumplir el sueño que Héctor no pudo. “Él decía que quería ser un gran futbolista. Y jugaba muy bien”, recuerda Marisa. “Jugaba de 5 y era hincha de Boca”, agrega Lusmila, que juega de 9 y también es hincha de Boca, pese a que la mamá es de River.
En la categoría 2007, Lusmila es la única nena y tiene un lugar asegurado entre los titulares. Tal es así que ya hizo sus primeros viajes con la categoría. Se llevó a pasear sus goles a Entre Ríos, donde Crucero participó en un cuadrangular con dos equipos locales y River Plate. Justamente, en ese partido, convirtió el gol más esperado. “A River le ganamos a 4-1 y yo hice un gol. Un compañero tiró un centro y la pelota cayó en el área, otro compañero me pasó y yo hice el gol. Lo grité mucho, se lo dediqué a mi hermano”, dice.
Marisa también estaba en la cancha. “Me miraba y festejaba”, recuerda.
Fue uno de los momentos más felices que le dio la redonda. Pero en el fútbol, los momentos de alegría siempre van de la mano con los de sufrimiento. Quizá sea eso lo que tiene el fútbol que tanto apasiona y que pocos entienden.
“En Entre Ríos perdimos un partido y estábamos todos llorando. Yo estaba cerca del arco y los chicos allá, más lejos. Hasta que Damián Marín, uno de mis compañeros, se acercó y me dijo que no tenía que llorar, porque así es el fútbol, a veces se gana y a veces se pierde. Me vino a buscar”, recuerda Lusmila. Quizá sea eso lo que vio el entrenador, quien después le dio la cinta de capitán a Damián.
Miedos
Para Marisa no fue fácil. “Yo no quería que juegue, porque como Héctor se cayó y golpeó jugando, tenía miedo que a ella le pasara lo mismo. Pero Lusmila insistía en que quería”.
Entonces, Marisa se comunicó con la psicóloga Andrea, del Hospital Pediátrico, a quien le transmitió sus miedos e inseguridades. “Cuando le conté que Lusmila quería empezar a jugar al fútbol, me preguntó cuál era el problema, que lo que le pasó a Héctor le podría haber pasado en cualquier lugar, en cualquier momento”.
Además están las voces que no suman y dicen que al ser nena no puede jugar al fútbol. “Pero la tía Gladys siempre me dice que no es así y que si ella quiere jugar, hay que dejarla”. Hasta los 14 años podrá ser parte del equipo de varones, después el reglamento divide entre chicas y chicos. “Le decíamos que si no se sentía cómoda, que deje, que no vaya, pero ella dice que va a cumplir el sueño de su hermano de ser un gran futbolista”.
Ese sueño de Héctor, hoy es el de Lusmila. “Mi sueño es ser futbolista, quiero jugar en la selección o en cualquier lado nomás. Quiero ser futbolista, jugar un Mundial”, dice la 9 de la Categoría 2007 de Crucero. El año pasado Boca Juniors llegó a Misiones para probar jugadores infantiles y Marisa no la llevó porque “todavía no quiero que se la lleven”. La mamá sabe que es cuestión de tiempo. Ahí hay algo en lo que ella no tiene injerencia: un compromiso entre hermanos pautado a fuego.
La historia de Héctor
Hace dos años y un mes que Héctor no está, pero sigue tan presente como siempre. “No sé si en el fútbol, o en la calle o andando en bici, pero se lastimó el hombro. Tenía ocho años”, recuerda su mamá.
“Un día me mostró que tenía algo abajo del brazo y lo llevé urgente al hospital, donde le detectaron un osteosarcoma” el tipo más común de tumor óseo en niños y adolescentes. Ese día comenzó una lucha de ocho meses. “Le amputaron el brazo. Salió de esa y pensamos que estaba sano pero la psicóloga, que siempre estuvo con nosotros, nos decía que faltaban los últimos estudios”.
El 22 de diciembre de 2016 llamó la doctora Silvana Alderete “porque quería hablar conmigo”, recordó Marisa. Le dijo que Héctor tenía poco tiempo de vida y ya no se podía hacer más nada: había hecho metástasis pulmonar.
Fue un proceso duro que dejó una herida importante. Sus abuelos Norma y Evacio y sus tíos Gabriel y Gladys no pueden levantar la mirada porque las lágrimas son más pesadas.
“Era un chico especial”, dice la abuela. Se pisan para recordar cada detalle de la vida del niño que en sólo ocho años dejó enseñanzas para siempre. “Era muy católico, nos hacía la bendición. Le encantaba el fútbol y no quería saber nada con las drogas”.
En sus últimos días “pidió que la familia siempre esté unida, que no se peleen ni hermanos ni parientes y le pidió a Lusmila que no se corte el pelo hasta los 15 años”, promesa que ella piensa mantener. Por eso se enojó con su mamá cuando le cortó las puntas florecidas, sólo milímetros.
“Le decía a Lusmila que estudie porque así iba a poder ayudar a la familia”. Héctor quería triunfar en el fútbol para que su mamá, vendedora ambulante, no tenga que trabajar más. Lusmila también asumió ese compromiso.
El 17 de enero de 2017 Héctor estuvo en su casa, tranquilo. Pidió por su mamá, por su papá Sebastián, a quien quería abrazar, y por su hermana. Después quiso hablar con la doctora Silvana Alderete, del Hospital Pediátrico, “que fue su pilar, ella estuvo a toda hora a su disposición”; pidió cantar “Ojos de Cielo” de León Gieco y “me dijo ‘mami me voy a morir’ y nos dejó”. “Fue un chico espectacular, un ángel”, repiten con los ojos vidriosos. Mientras, Héctor sonríe desde sus remeras.