Se trata del gaucho Antonio Gil y el relato de Liberato Miranda, que nos abre una puerta para que podamos opinar sobre el asunto por tener experiencias especialmente de relatos serios de personas que, circunstancialmente y por algún tiempo corto, estuvieron en la otra secreta dimensión: la vida después de la muerte física.
Antonio Gil arrastra una muchedumbre de personas de “Juan Pueblo”, por algún favor que él les consiguió estando ya fallecido.
Vale recordar y reconocer que personas fallecidas con apenas dos milagros o favores otorgados o vivientes, fueron declarados Santos por la Iglesia Católica (no doy nombres de esos Santos).
Lo que también aquí es contundente es que, cuando se fallece, nuestro ser (espiritual) va a un lugar especial en forma totalmente consciente como lo transitó Liberato Miranda y creo que es la primera vez que se publica semejante experiencia; yo personalmente me atrevo a describir un relato de un querido compañero de cacerías de antaño.
Pues tuvo un paro total cardíaco y fue llevado a una clínica donde lo resucitaron. Las primeras palabras que dijo fueron las siguientes: “nunca más hagan esto, yo estaba allá muy bien”, y describió el lugar hasta con los perfumes que sintió. Este relato por mi contado es de primera persona sin agregados e inventos.
Creo que todos cuando nos bautizamos, quedamos conectados al Espíritu Santo por un “cable invisible” y toda nuestra vida queda impresa en los “libros” que cuenta la Santa Biblia. Y Antonio Gil pudo ser no bautizado y, sus múltiples favores concedidos a sus amigos devotos, están anotados en otro lugar de Dios, por eso todavía no fue declarado oficialmente por la Iglesia Católica como Santo.
Pues San Expedito, que lo visito cuando voy a Buenos Aires, es otro que concede favores a sus solicitantes. Se cuenta que Antonio Gil fue degollado y estando a minutos de morir, le dijo a su verdugo: “yo lo curo a tu hijo de la enfermedad mortal que tiene”. Y así sucedió.
Hay bastante tinta para utilizar en el asunto del “más allá”, pero lo concreto es que después de aquí la vida existe, puede ser distinta y que tiene que ser con la eternidad y Dios.
San Pablo en sus cartas tiene escrito sobre este asunto de la muerte física terrenal, pero no es tan elocuente como los dos casos a los que me referí en esta nota. Pero lo concreto es, especialmente, para las personas que no creen en el más allá con vida y que todo termina cuando nos llevan al cementerio.
Mis experiencias allá en la tierra del Gaucho Gil, hace algo más de 50 años, fueron por curiosidad de conocer el dominio de Antonio Gil, me impresionó la enorme cantidad de personas visitantes. Y después de otras visitas, donde convencido por los hábitos de los visitantes, terminé palmeando la estructura cuadricular que dice que guarda sus restos y diciendo por lo bajo: “Te saludo Antonio”.
Para conocer todo eso no es fácil, pues vi que la gran mayoría de los visitantes eran de clase extremadamente humilde y que, cuando sacaban dinero del bolsillo, eran apenas pesos, migajas, para pagar algún consumo.
Algo para destacar: los mejores y sabrosos asados que comí en Corrientes fueron en los dominios de Antonio Gil y los mejores chamamés los escuché allá. La multitud es similar a los feligreses de la Virgen de Itatí, pero con Gil es distinto, impacta la devoción y aprecio por el Gaucho allá enterrado.
Anécdotas del poder de Antonio Gil: se cuenta verídicamente que varios que pasaron por allá con su vehículo, y no creyentes en su poder, opinaron desfavorablemente pensando “yo no te chupo la media” o “no te doy pelotas” o “¿que pasa?”. A los pocos kilómetros se les descompuso el vehículo y tuvieron que volver a dedo para el arreglo del automóvil. De estos casos hay a montones. “Dicen que Gil quiere que lo saluden”, nada más.
De las sanaciones a pedido de los visitantes hay a montones. Hay que ir en el día que se lo festeja, mezclarse entre los miles de visitantes y preguntar que recogerá testimonios sorprendentes.
Alfredo E. Halberstadt
San Vicente (Misiones)