Cada 30 de octubre se recuerda en Argentina el “Día de la Democracia”, para rememorar las elecciones en las que Raúl Alfonsín se impuso para la presidencia de la República, marcando el retorno del voto popular en elecciones libres, tras siete años de dictadura cívico-militar.
Treinta y cinco años después de aquel hito en la vida institucional de los argentinos, la política le debe al país mejores resultados para una democracia de mayor calidad, que impidan cualquier intento de golpe a la Constitución nacional.
En Argentina se necesita una mayor división de poderes para obligar a los funcionarios a cumplir las normas vigentes y aplicar las sanciones que hagan falta. También, en un marco de igualdad ante la ley cuando las normas no se cumplan (eliminando los privilegios o los acuerdos políticos que impiden a los privilegiados responder por sus actos). Una genuina representatividad de los dirigentes elegidos para cumplir roles institucionales, atendiendo los compromisos asumidos en cada campaña por los cuales fueron electos.
Hace falta a esta democracia una mayor descentralización en la toma de decisión, dejando en el pasado el centralismo porteño donde todavía se discuten y deciden medidas que afectan a personas que viven a cientos de kilómetros. Y una mayor participación política y pluralismo en los partidos políticos, para que las decisiones no las tomen unos pocos y fomentando el recambio dirigencial.
Mientras que, en el plano social, hace falta que en democracia se cumpla lo que tanto fomentó el expresidente Alfonsín: se coma, se cure y se eduque en un plano de equidad e igualdad. La deuda interna que ningún presidente en estas tres décadas y media logró saldar. Como ciudadanos, es nuestra responsabilidad exigir y, sino, “castigar” con una herramienta poderosa que el sistema democrático nos dio: el voto en cada elección.