Hasta ahora, el ajuste pregonado a los cuatro vientos lo han hecho los privados pues, el Estado, sigue tomando empleados sobre los más de un millón de dependientes que tomó el Gobierno anterior, pagando sueldos de más de 100.000 pesos por tareas menores y con un gasto político en crecimiento. Puede ser que recortar gastos de este tipo no lleven al equilibrio fiscal pero, al menos, se pone en sintonía con el empresariado que hace malabarismos para pagar sus cuentas, los magros sueldos de sus empleados que trabajan 8 o 10 horas por día y los impuestos para evitar el embargo de sus cuentas bancarias y/o de sus bienes.
Mientras tanto miles de funcionarios se pasean en lujosos autos y viven en mansiones, con sueldos de empleados públicos, mantienen a miles de ñoquis que siguen como si nada y la mayoría de ellos trabaja 6 horas, sólo por la mañana y goza de 30 a 45 días de vacaciones al año.
El gradualismo, eufemismo de populismo de derecha o de populismo con buenos modales, intentó continuar con la política de mantener el déficit fiscal pero financiándolo con endeudamiento del exterior que, hasta la asunción de Donald Trump en Estados Unidos, tenía tasas de interés cada vez más bajas. Tal como lo había prometido en la campaña, Trump comenzó a elevar la tasa de interés de los bonos a 10 años, que es algo así como la tasa testigo de toda la economía y de las que se cobran por préstamos entre países soberanos, entre otras medidas proteccionistas que cambiaron sustancialmente la marcha de la economía mundial.
El endeudamiento más caro, sumado a la desconfianza en la concreción de las medidas pregonadas por el Presidente Macri y su equipo económico de sanear las cuentas públicas, reducir impuestos para mejorar la competitividad del país y un tipo de cambio tan atrasado teniendo en cuenta la inflación que siguió su curso, fueron el cóctel justo para animar la estampida que se produjo.
La corrida comenzó en mayo del corriente hasta que el Gobierno, desconcertado, tuvo que acudir al FMI para conseguir los fondos que el mundo retaceaba. La medida, lejos de ahuyentar la desconfianza, la acrecentó y el precio del dólar respecto al del peso se multiplicó hasta ahora por dos.
Este fuerte incremento, también solicitado por el FMI, en gran parte fue el resultado de la salida de los inversores especuladores que compraban LEBAC en pesos dado su rendimiento de hasta el 45% anual, algo completamente inconcebible e incompatible con la idea de poner en marcha una economía en serio.
Con un tipo de cambio elevado, como el actual, el Gobierno acudió otra vez a la remanida e ineficaz receta de aumentar los impuestos para cubrir el déficit descontrolado de un Estado que no ha hecho otro ajuste que transferir gran parte de los subsidios a la energía, al transporte, al combustible y otros, a los consumidores y achicar la obra pública, con lo que se pierden puestos de trabajo privados y, aún así, no alcanza.
Las devaluaciones tienen un efecto de cortísimo plazo, hasta que la inflación que generan y el ajuste de los sueldos terminen licuando la supuesta competitividad inicial; en tanto los impuestos, que históricamente han tenido el carácter de transitorios, sabemos que nunca se han sacado o sólo lo han hecho transitoriamente como las retenciones a los productos del agro.
Tengo muchos años de empresario, he visto tantas tormentas económicas que ya ni las recuerdo a todas pero sí puedo asegurar que por el camino que vamos las cosas sólo podrán empeorar, mientras no se emprenda un programa de reestructuración que baje en serio el gasto público para reducir la presión fiscal más alta de la historia, aunque se pierdan votos en las encuestas; no se saquen todos los ñoquis y la gente que realmente no hace nada; no se persiga fuerte a la corrupción que ahora evidencia, más claramente, ser la causante de la mayor parte del déficit público pero que es un mero simulacro de combate, que tomó impulso por acción de una mujer despechada y no por una política de Estado concretada mediante investigaciones de los miles de funcionarios que en decenas de oficinas y organismos de contralor y fiscalías son pagados mensualmente por todos nosotros y debieron haberlo hecho mucho antes. Sólo así empezarán a respetarnos, a tomarnos en serio y obtendremos resultados positivos y duraderos en el tiempo.
De lo contrario, nuestra agonía se prolongará hasta que el FMI se canse de perdonarnos y darnos plata. Entonces, un nuevo Gobierno tomará la decisión, por razones siempre de urgencia, de incautar nuevamente todos los depósitos a cambio de otro bono a largo plazo, pidiendo una reestructuración y un descuento de las deudas en el exterior y, así, seguiremos nuestra historia de desdichas recurrentes y de incumplimientos seriales, cada vez con mayor cantidad de pobres.
Por Francisco José Wipplinger
Presidente de PRIMERA EDICIÓN SA