A veces tan indomable que querrá sentirse libre y volver a sorprenderse. Querrá convertir un momento cualquiera en una apasionante aventura, sentirse sin complejos y ser protagonista de una historia o reírse espontáneamente de las cosas que suceden alrededor. Es por ello que sólo basta con sentarse en el banco de alguna plaza y mirar un espacio de juegos, donde repentinamente los niños pasarán corriendo, se sentirán el héroe que describen sus disfraces y atesorarán esos juguetes como si estuvieran llenos de magia.
Días pasados estuve mirando distintos espectáculos al aire libre que se realizaron para agasajar a los verdaderos artífices de las celebraciones en este mes: los niños. Verlos correr, jugar y sonreír realmente reconfortaba el alma. A través de sus juegos, ellos enseñaban a los adultos que se puede ser feliz con poco, casi sin nada. Sólo basta tener un espíritu sencillo sin prejuicios, que te permite caer y levantarte, sin que esto sea motivo de prejuzgamientos o burlas.
Una tarde en la que los gritos y la alegría de los más pequeños alejaba los miedos y la soledad que cargan muchos adultos. Un momento en el que el premio era sonreír sin importar la suciedad de la ropa o los pies descalzos. Parecía como si los niños navegaran en su mundo de juegos donde el regazo de sus padres era puerto seguro donde refugiarse, para recobrar el aliento y seguir corriendo.
Otros más pequeños se acostaban en el suelo y comenzaban a trazar las más desobedientes líneas plasmando una casa junto a sus seres más importantes: mamá y papá. Aquel simple crayón describía el más puro sentimiento que no nacía de sus pensamientos sino de sus corazones.
Sin temor a equivocarse, cada uno era su propio artista y sus dibujos serían el mejor tributo que sus padres pudiesen recibir. La mirada cargada de emoción al hacer tan preciado regalo en el cual no se reflejaba el dolor de un ayer, ni tampoco la angustia de un mañana, simplemente la alegría del presente, que muchos parecieran no comprender o simplemente son muy adultos para volver a sentir lo más simple y bello que la vida nos regala. En su mundo de juegos, los niños no saben sufrir, sus miradas utópicas no les permiten comprender muchas tonterías y prejuicios que adoptan los adultos a lo largo de su vida.
Sentado en aquel banco de la costanera pensaba que enfrente tenía un gran espectáculo del que alguna vez también fui parte. Es cierto que una persona adulta no puede sacarse los zapatos y salir a correr y girar por el pasto o asombrarse con algún acto de magia de los artistas itinerantes, pero sí puede buscar aquel pequeño niño interior que lleva dentro, recuperar parte de aquella inocencia y así cambiar su perspectiva del presente. Se puede decir que los adultos pueden aprender mucho de los niños para reencontrar la esencia de lo sincero, real y verdadero que muchos han perdido. Muchos adultos simplemente se reúnen para conspirar, buscar agradar, vanagloriarse o no estar solos. En cambio los niños buscan ser amigos para trepar un árbol, remontar barriletes, sorprenderse, explorar y compartir todos aquellos momentos que se transformarán en los más valiosos recuerdos que tendrán cuando sean adultos.
Al ver a esos niños correr por la costanera me di cuenta que a pesar de los años nuestro espíritu jamás podrá envejecer, solamente hay que buscar en lo sencillo, todas esas cosas simples que nos hagan sonreír y recuperar al niño que llevamos dentro.
Por
Raúl Saucedo
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