Había una vez, en un poblado del sur de la India, un niño de cinco años a quien su padre comenzó a enseñarle los Yoga Sutras de Patanjali y a formarlo en la práctica del Yoga, mientras le contaba que su familia descendía de un yogui muy respetado del siglo IX llamado Nathamuni. Corría el año 1893 y el nombre del pequeño era Krishnamacharya.Desde muy joven se dedicó a estudiar las disciplinas clásicas de su tradición y el idioma sánscrito, conocimientos que fue canalizando hacia el estudio profundo del Yoga con el Maestro Brahmachari, quien al cabo de siete años de intenso trabajo le propuso regresar a su pueblo para enseñar.Luego de atravesar una etapa de graves dificultades económicas, con la ayuda del Maharajá de Mysore pudo establecer su escuela y desarrolló el estilo de Vinyasa, que consiste en secuencias dinámicas de posturas coordinadas con la respiración y el enfoque de los ojos en determinados puntos, lo que facilita la concentración meditativa.Con el paso de los años siguió trabajando con estudiantes ya no tan jóvenes, de diversas profesiones, capas sociales y condiciones de salud, ayudándolos a evolucionar de un Yoga adaptado a sus limitaciones a un Yoga que podía maximizar sus habilidades. Su particular enfoque se conoce hoy como Vini Yoga, que en sus décadas finales refinó con programas especiales para enfermos, mujeres embarazadas, niños, personas mayores y gente interesada en la autorrealización espiritual. Fue así como concibió las tres etapas de la práctica: desarrollar fuerza y flexibilidad en la juventud, mantener la buena salud en los años de trabajo y, en edad más avanzada, elevarse interiormente desde el bienestar y la paz hacia la Consciencia Superior, hacia la Omnipresencia Divina.Krishnamacharya fue uno de los más grandes estudiosos e innovadores del Yoga, porque comprendió que nuestra disciplina tenía que adaptarse al mundo moderno o desaparecer. Por eso, manteniendo su profundo respeto por las tradiciones, no dudó en experimentar e innovar y así logró que el Yoga fuese accesible a millones de personas en todo el mundo. Y esto fue posible porque, siendo un Maestro de alma, transmitió sus enseñanzas a discípulos tan valiosos como Indra Devi, Iyengar, Pattabhi Jois y a su propio hijo Desikachar, quien luego propagó el legado de su padre adaptando la antigua sabiduría a los oídos modernos y a las necesidades cambiantes de los individuos, a fin de lograr el máximo beneficio. El Maestro Krishnamacharya continuó enseñando hasta el final de su vida en 1989, a la edad de 100 años. Nos dejó hermosas obras escritas como Yoga Makaranda, Yogaasnagalu y la recuperación del Yoga Rahaysa del Maestro Nathamuni. Y también nos dejó el mensaje de que el Yoga no es una tradición estática sino un arte vivo, que respira y crece constantemente a través de las experiencias de cada practicante en tiempo presente, en la clase de Yoga, en la hora del ahora. Namasté.ColaboraAna Laborde Profesora de Yoga [email protected]
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