El juego, que no está al servicio de ninguna “utilidad”, es visto muchas veces como “relleno” del tiempo libre. Cuando en realidad el tiempo de aprendizaje, el tiempo de la escuela debería estar siempre caracterizado como “tiempo libre”. Aquel en el cual el niño despliega toda su creatividad y tiene espacio para que su deseo se despliegue. Al mismo tiempo este fenómeno tiene un efecto perturbador acerca de cuál es la función de la escuela. Esta pasa de ser un lugar en donde el niño podría conectarse con el placer por aprender a ser un sitio de obligación de acumulación de conocimientos. Repetimos, al estilo de “aumentar la productividad” que vemos en la fabricación de productos.Desde antes de nacer…El niño trae al nacer las expectativas conscientes o inconscientes de sus padres. También las tareas que ellos no pudieron llevar adelante, sus frustraciones, vivencias y conflictos. Las ambiciones también suelen guiar a los padres -no sólo el amor- y este fenómeno se transmite inevitablemente si no se interrogan a sí mismos acerca del tema. El hijo pasa a ser, muchas veces, el encargado de reivindicar frustraciones y deudas en los ideales parentales. La consigna que se repite es: “Yo trabajo para darte lo que mis padres no me pudieron dar. Vos tendrás, por lo tanto, que llegar a donde no llegué”.Esta modalidad del amor que podemos rastrear desde hace siglos va teniendo diferentes presentaciones acordes al lugar y la modalidad de la familia en la sociedad. A los millones de inmigrantes que llegaron a nuestro país durante el siglo XX, la Europa de la guerra y del hambre los marcó fuertemente. En ese intento por “hacerse la América”, era fundamental que los hijos accedieran a un estudio superior. La famosa frase “mi hijo el doctor” tiene sus raíces en estas experiencias.¿Qué sucede en esta época, mientras se corre tras el éxito?Estamos en tiempos en que el que no gana, fracasa. El que no va a mil, fracasa. Estamos en los tiempos del bullying y del “looser” (el perdedor). Los niños viven estas presiones a diario en la escuela, pero también en sus casas de manera explícita o solapada. Madres y padres en sus trabajos conviven con esta idea compulsiva de que lo importante es ser un “ganador”. Pero, ¿ganador de qué? podríamos preguntarnos. En la mayoría de los casos ni hijos ni padres saben bien a qué se refiere esta frase.En la escuela, muchas veces se descalifica a los que “no rinden”, equiparando el aprendizaje con la productividad laboral. De esta descalificación surge la calificación de “trastorno” que luego reproduce la medicina. Estas etiquetas muchas veces borran la singularidad de la historia, ideales y vivencias de los niños. En estos tiempos del avasallamiento de nuestra subjetividad nos vemos atrapados en las exigencias de una época en la cual la singularidad cada vez tiene menos lugar. Muy lejos de ubicar a los niños como víctimas de los padres, cosa que muchos profesionales de la psicología han hecho durante décadas, es interesante mostrar que en los tiempos actuales, se han producido múltiples cambios. Así como años atrás la vocación de los niños por disciplinas artísticas o recreativas (las elecciones que se alejaban de las profesiones doctorales) eran subestimadas, ahora cuentan otro tipo de exigencias. Los ideales de rendimiento y éxito actúan como una fuerte fuerza de gravedad que aplana las vocaciones, imponiendo la exigencia de popularidad, de éxito mediático y económico.Colaboración: Báez Myrian MabelLic. en Psicopedagogí[email protected]
Discussion about this post