APÓSTOLES. El 28 de junio de 2012, la Municipalidad de Apóstoles adquirió los dos lotes -22 hectáreas en total- correspondientes al Barrio Chezny, un asentamiento donde viven más de 650 familias. Si bien el primer habitante arribó en octubre de 1989 -y aún permanece en el barrio-, los vecinos en su mayoría fueron llegando especialmente en los últimos diez años. El vecindario fue creciendo en forma improvisada y sin servicios, configurando un mapa donde entre bañados y olerías, proliferaron las viviendas de madera, casi en su totalidad con pisos de tierra, letrinas, y en un contexto ambiental y sanitariamente muy desfavorable. La adquisición de los lotes por parte de la Comuna, se dio en el marco de un proyecto de urbanización, que tiene como objetivo dotar de infraestructura habitacional digna, títulos de propiedad y servicios básicos a cada núcleo familiar. A casi un año de la compra de los lotes, hasta ahora todo lo que se ha hecho es la apertura de dos caminos, que mejoraron el tránsito interno. Salvo algunas reposiciones de techos a través del programa del Iprodha, las condiciones habitacionales en el barrio siguen siendo las mismas. Mientras los vecinos esperan la profundización y acelere de las obras necesarias, PRIMERA EDICIÓN recorrió el barrio de punta a punta, para conocer la realidad, los desafíos y anhelos de aquellos que no se resignan a dejar de soñar con una vivienda digna y un barrio con servicios, pero al mismo tiempo batallan día a día contra una coyuntura habitacional paupérrima. OrígenesEl 18 de octubre de 1989, el ciudadano Francisco De Jesús se puso a limpiar esos terrenos llenos capuera y partes de monte, que pertenecían a don Ricardo Chezny, propietario de un conocido aserradero de entonces. Pocos meses tardó De Jesús en despejar la zona, y levantar su casa, constituyéndose como el primer vecino de lo que sería luego conocido, hasta ahora, como el barrio Chezny. “Después de un par de años recién empezaron a llegar más familias, buscando instalarse, me querían comprar los terrenos, pero nunca le vendí a nadie, porque esto no es mío”, recuerda el pionero barrial. Hoy, pueblan el barrio familias numerosas, donde los sostenes de hogar mayormente son los hombres que trabajan en la tarefa, en la albañilería o haciendo changas. También, existe una zona donde están enclavadas varias olerías. Todos los días, es frecuente ver entrar al barrio, antes del alba, camiones que vienen a buscar cuadrillas de tareferos o changarines para trasladarlos a los yerbales u otros lugares de trabajo. El Chezny es básicamente, un barrio de trabajadores. Precariedad habitacionalEn el Chezny hay casillas que, literalmente, se vienen abajo. Una de ellas es la de Teresa Alegre (49), quien vive allí hace tres años, con su concubino, su hijo y una amiga. Los tablones de la pared, se encuentran oblicuos al suelo, a punto de desmoronarse, y sobre el techo, un nylon negro recubre una chapa agujereada. “Las chapas del techo son muy viejas y cuando llueve se llena de agua. Se cae la casa, está en muy mal estado. La mitad del techo es solo nylon. Me cansé de gestionar el Plan Techo, estoy hace mucho tiempo esperando y nunca llega”, cuenta la mujer. Su amiga, Carolina Moroz (27), cuenta que “estoy viviendo con ella porque no tengo donde ir, me separé y me quedé sin casa, no tengo padres y mis hermanos están lejos, busco trabajo y no encuentro, y hace años pido una casita del Iprodha, ahora estoy embarazada y no sé adónde ir, estoy desesperada”. Martina Cabral (66), jubilada y viuda, también padece por la precariedad de su vivienda. “Pasen a ver, mire como están las paredes y el techo, entra muchísimo frío, necesito un cerramiento, un techo decente porque éste cuando llueve se inunda”. Vecinas y vecinos se acercan a cada cuadra, al cronista de PRIMERA EDICIÓN, para exhibir los problemas edilicios de sus casillas. Del total de familias, más del 95% tiene pozos y letrinas como baño. Se cuentan con los dedos de las manos, la cantidad de hogares con sanitarios instalados. El acceso al agua potable, que hasta hace un par de años nomás dependía del agua de vertientes, ahora comprende tres canillas públicas. “Los que están cerca tienen mangueras hasta sus casas, otros acarrean en baldes. Pero nunca hay buena presión, porque son muchas mangueras, para lavar ropa hay que hacerlo a las seis o siete de la mañana cuando no está toda la gente usando el agua”, cuenta una vecina. Todos, esperan que se acelere la urbanización para poder acceder al derecho humano básico: agua de red en cada casa. “Cuando empezó lo que se dice será la urbanización del barrio, recibimos la promesa del intendente, que se abrirán las calles, luego llegará la luz y el agua; nosotros queremos confiar, por el bien de todos los vecinos, de que todo eso se hará realidad. Por ahora solo se abrieron dos calles y se trasladaron algunas casas, y hasta hace poco no se estaban haciendo trabajos de ningún tipo en el barrio. Hay mucho por hacer y la gente necesita vivir dignamente”, sostuvo Andrea Aranda (39), una de las cocineras del merendero comunitario que un grupo de vecinos puso en marcha en el barrio. Conexiones eléctricas precarias: riesgo latente“Hay pilares que tienen más de treinta conexiones, todos estamos enganchados porque no nos queda otra, ya que no nos habilitan bajar la luz, y la mayoría no puede pagar su propio pilar”, cuenta el vecino José Osorio (38), con respecto a lo que se ve a simple vista: una impresionante cantidad de conexiones eléctricas precarias, que representan un riesgo severo y constante. De hecho, el último 17 de abril, se incendió completamente la vivienda de la vecina Lelia Bianchi (31). En el siniestro, se salvaron de milagro dos de sus pequeños hijos. La mujer atribuye el incendio a un cortocircuito provocado por la precarización de las conexiones. “Yo, como el resto de los vecinos, estoy enganchada a un pilar con muchas conexiones, porque no hay alternativa más que esa, o no tener energía eléctrica. Ese día, estaba en el Registro de las Personas y mis chicos quedaron al cuidado de la mayor. Pero ella salió de la casa un rato, y quedaron mi hijo de ocho años y mi hija de un año. Por suerte, mi hijo se dio cuenta que empezaba el fuego, y milagrosamente agarró a su hermanita y salió corriendo hacia afuera, se salvaron, y la casa se quemó por completo, perdimos todo”, contó la mujer. Su hijo Pablo (8), contó que “estábamos en la cama por dormir, cuando llegó el humo, ahí le agarré al bebé y salimos rajando”. Lelia agregó “la
Municipalidad me reconstruyó la casa, y de a poco estamos tratando de recuperar las cosas, lo importante es que nadie salió lastimado, podía haber sido lo peor”. “Hay muchos casos en que se queman cosas, se derriten cables, por la tensión, al haber tantas conexiones en un solo pilar todo el tiempo está ese peligro y puede pasar cualquier desgracia sin que nadie haga algo”, aporta otra vecina, Angie Andrade (17). Crónica de una muerte anunciadaEn julio del año pasado, PRIMERA EDICIÓN dio a conocer el drama de Domingo Figueroa, un abuelo de 75 años que vivía solo en una tapera del barrio Chezny, donde sólo tenía un catre con un colchón roído. En aquella nota, se mostraba el total estado de abandono en el que vivía el hombre, sin ningún tipo de ingresos económicos -ni jubilación, ni planes sociales ni pensiones-, tras toda una vida de tarefero. “Para decir verdad hay días que no como”, se sinceró Domingo en aquella entrevista, donde además solicitaba ayuda: “Necesito un colchón, frazada y mejorar mi casita que se cae a pedazos”. El 18 de noviembre de 2012, Domingo fue encontrado muerto en su ranchito, por una vecina. “Lo dejaron morir. Una semana antes lo habían venido a ver de Desarrollo Social, porque estaba lleno de piques en los pies y en muy mal estado. Ahí estuvo en el hospital, pero lo mandaron de nuevo acá a su rancho, donde murió a los pocos días, no sabemos de qué, pero nadie hizo nada por él. Los vecinos lo ayudábamos como podíamos, pero necesitaba una ayuda social que no tuvo y murió sin nada, de una manera muy triste”, sostuvo su vecina, Leila Bianchi.





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