No es que se haya ido hoy; Brigitte Bardot ya se había ido de nosotros en 1973, cuando a los 39 años decidió que la fama era una “prisión dorada” y cerró la puerta de los sets para siempre. Sin embargo, su muerte este domingo -confirmada por su propia Fundación- sacude al mundo porque desaparece el último gran símbolo de una Francia que ya no existe.
Nacida en el seno de una familia burguesa de París en 1934, Bardot no solo actuaba: encarnaba una ruptura. Cuando en 1956 protagonizó “…Y Dios creó a la mujer”, bajo la mirada de Roger Vadim, no solo nació una estrella. Nació una mujer que caminaba descalza, que despeinaba el protocolo y que, como bien dijo Simone de Beauvoir, hacía que “un santo vendiera su alma al diablo por verla bailar”. Fue la musa de Godard en El desprecio y de toda una generación que vio en ella la autonomía femenina antes de que el feminismo fuera una etiqueta masiva.
Pero la Bardot tenía un pacto diferente con la existencia. Al margen de los 45 films y las 70 canciones que dejó grabadas, su verdadera obra empezó cuando se alejó de los focos. “Le di mi juventud y mi belleza a los hombres; ahora le doy mi sabiduría y mi experiencia a los animales”, solía decir. Su campaña de 1977 contra la matanza de focas en Canadá es, todavía hoy, un manual de activismo global.

Más allá de la estética, Bardot fue una figura de claroscuros. No se puede entender su legado sin mencionar la distancia que puso con la humanidad:
Controversia política: Fue condenada cinco veces por incitación al odio. Sus posturas contra la inmigración y el islam en Francia la alejaron de los sectores progresistas que alguna vez la adoraron.
Maternidad conflictiva: Su relación con su único hijo, Nicolas, fue un campo de batalla. En su autobiografía llegó a comparar su embarazo con un “tumor indeseado”, una frase que marcó a fuego su imagen pública y personal.
Instalada en su mítica finca de La Madrague, en Saint-Tropez, Bardot pasó sus últimos años peleando contra el consumo de carne de caballo y el sacrificio animal. En sus últimas apariciones televisivas este 2025, se la vio firme, con la misma mirada desafiante, sosteniendo que su mayor orgullo no era un premio de cine, sino la ley que lograra salvar una vida animal.
Con su partida, se cierra un capítulo fundamental de la historia del espectáculo. Se va la actriz, se queda la activista, pero sobre todo, permanece el mito de esa mujer que, según su biógrafa Marie-Dominique Lelièvre, “siempre ha sido y será una niña” que nunca quiso que le dijeran qué hacer con su libertad.
Fuente: Agencia de Noticias NA





