El drama habitacional que atraviesan miles de inquilinos en Misiones suma un nuevo capítulo: los atrasos en el pago mensual ya se volvieron una postal recurrente, según coinciden inmobiliarias y propietarios consultados. Lo que hasta hace pocos años era un comportamiento excepcional, el atraso de uno o dos locatarios en los primeros días del mes, hoy se transformó en un patrón extendido que golpea tanto a viviendas como a loteos y locales comerciales.
Julio González, titular de Garupá Propiedades, resume el cambio de época: “En nuestra inmobiliaria notamos que a partir de junio de este año el comportamiento se modificó, principalmente en los loteos se nota una merma muy marcada en el cumplimiento”.
Y sobre los alquileres explicó que “antes del día 10 todos pagaban; ahora, en octubre y noviembre, los pagos se corrieron dentro del mes, e incluso algunos pasan al siguiente esperando el aguinaldo”. González describió a PRIMERA EDICIÓN una curva que sigue cayendo y una incertidumbre que no permite prever dónde estará el piso: “Uno confía en que esto en algún momento se invierte, pero la verdad es que no sabemos cuándo”.
La situación se repite entre propietarios particulares. Un emprendedor de Posadas, dueño de seis dúplex en la zona de Lavalle y López y Planes, confirmó que por primera vez en años sus seis inquilinos se demoraron en octubre y noviembre. “Nunca me había pasado que todos, sin excepción, pagaran tarde”, señaló.
Más oferta, menos demanda
Julia Acosta Azoya, de Inmobiliaria del Oeste, aporta otra dimensión de la crisis: la oferta de alquileres se disparó y la demanda cayó de manera abrupta. “Hay muchos alquileres disponibles, como no se veía hace muchísimos años”, afirma.
La caída también se nota en el movimiento estudiantil: a fines de noviembre, cuando tradicionalmente abundaban consultas de padres del interior buscando departamentos para sus hijos, “no hay nada de nada; al contrario, muchos se están yendo o achicándose”.
La tendencia es más marcada fuera de las cuatro avenidas, donde vive la mayoría de los trabajadores. “La periferia es la más resentida. En el centro, quien vivía ahí sigue estando, quizás pasa de un departamento grande a uno más chico, pero no se va. En cambio, la gente laburante es la que más sufre”, explica Acosta Azoya.
En ventas, agrega, el panorama también está frenado: “Hay mucha oferta y valores muchas veces exorbitantes. Lo que está en precio, hasta cien mil dólares, se mueve. Pero lo demás está parado”.
Desregulación: distintas miradas
La derogación de la Ley de Alquileres mediante el DNU 70/23 desreguló completamente el sector y dejó a los inquilinos expuestos a aumentos, contratos más cortos y una mayor carga de expensas, impuestos y gastos de ingreso.
Sin embargo, para Acosta Azoya, la apertura del mercado también trajo efectos positivos. “La liberación del mercado abrió la posibilidad a que las partes pudieran pactar más libremente, y no se están haciendo ajustes trimestrales de ninguna manera. Al contrario, se hacen ajustes semestrales, y en muchos casos el propietario se solidariza con el inquilino, hace una bonificación o extiende el plazo porque entiende que la economía no ayuda. Es por la realidad económica, pero no por la liberación del mercado”, explicó a este Diario.
La empresaria sostiene que la flexibilización permitió un leve repunte en la disponibilidad de inmuebles: “Antes mucha gente retiraba sus propiedades porque no era rentable tener un contrato anual con todas las condiciones que imponía el Estado. Ahora hay más oferta”.
Y concluye: “Algunos inquilinos piensan que la liberación los perjudica, pero yo creo que no. El problema hoy no es la desregulación, es el poder adquisitivo. La gente no tiene plata, pero por la situación económica general”.
Una crisis que desborda
Más allá de las distintas miradas, el mercado de alquileres refleja un cuadro más profundo: el deterioro acelerado del poder adquisitivo.
Con salarios prácticamente congelados -las paritarias del sector público nacional rondan el 1% mensual- y una inflación que continúa erosionando los ingresos, los inquilinos enfrentan una ecuación imposible.
Mientras tanto, inmobiliarias, propietarios e inquilinos coinciden en algo: el mercado cambió y ya nada funciona como antes. La recesión, la desregulación y la caída del ingreso se entrelazan en un panorama donde la incertidumbre es la única constante.





