-Necesito un sponsor -lo dijo como masticando un chicle eterno y remarcando la e inicial y silbando un poquito las eses.
-¿Un sponsor?, un sponsor. ¿What?
-Alguien que se haga cargo de mis proyectos.
– ¡Ajá!
-Es que estoy en conflicto, no sé dónde estoy parada.
– Y un sponsor te haría poner en eje… -acá, de ser esto un chat de Whatsapp, debería ir un emoticón guiñando un ojo.
– Es que no quiero morir de amor por un casado.
– Una lógica increíble lo tuyo. A ver, contame un poco porque me mareaste. ¿Qué anda pasando?
– Enamorada mal, el tipo me da vuelta, coje como los dioses, ¡y es casado!
– ¡Por los clavos de Yafé! Bienvenida al caótico mundo desenfrenado.
De fondo se oye a Zaz, con “Je veux”:
… ofréceme la Torre Eiffel
¿de qué me valdría?
Quiero amor, diversión, buen humor; no es tu dinero lo que me hará feliz…
– Está patéticamente casado.
– Recuerdo tu eterna frase magistral: mi límite son los casados, o en pareja, aclarabas.
– Lo único que le cambiaría es el domicilio, ¿qué poeta había dicho eso?
– No sé.
– En un instante apasionado susurró: “te necesito”. Cuando días después, toda boba yo, hice referencia a esa expresión, me contestó: lo dije sin pensarlo, es una frase hecha.
– ¡Ah, bueno! Además de casado, pelotudo el raulín.
– No digas eso. No me necesita; elige estar conmigo.
– Sí, claro.
– A él también le resulta difícil.
– Más allá de lo difícil, de la pasión, de las almas encontradas y de todo condimento romántico que quieras ponerle a tus encamadas, porque supongo que no hay ni habrá más que eso, ¿pensás en vos?, ¿te estás respetando?, ¿es lo que querés en tu vida? ¿Tuviste en cuenta la sororidad con la otra? Vos también sos la otra. Aunque sigamos estructuradas dentro de cánones patriarcales que nos muestran a la libertad sexual como mala y nosotras, tratando de mostrarnos superadas y seguras de nosotras mismas vamos por la vida dejándonos llevar por la química y fluyendo hacia una cama, no te olvides que vos sos todas. Ahora sí, sin culpas dejá que tu alma te indique hasta dónde llegar.
– Mi alma…
– Tu alma, el universo, Belsebú o como quieras llamarlo. Eso que te hace sentir en paz cuando tomás una buena decisión.
– No sé si confío en mi alma. Podés darme una cachetada para hacerme reaccionar cuando me veas muy mal.
La mano irrumpió como un grito en la mejilla que lloró la frustración de lo cierto.
– Perdón, me habilitaste a hacerlo.
Sigue sonando Zaz:
…quiero morir con la mano en el corazón.
Adiós, hipocresía, a mí no me va.
¡Vamos!, juntos descubramos la libertad.
– Hay algo que no me queda claro, ¿qué tiene que ver un sponsor en todo esto?
– Qué buena pregunta; tampoco lo sé.






