Por: Luisina Alzola (*)
Esta es la historia de un Cuco, pero no de esos que solemos ver en cuentos o películas de terror con sus típicas garras afiladas, dientes capaces de desgarrarte, o un aspecto tan terrorífico que puede helarte la sangre; no, este es pequeño y se suele mantener oculto delante de tus narices.
Quizás ya lo conozcas porque tú o algún conocido le hicieron frente: a veces vencido, otras vencedor; a veces se rinde fácilmente, otras da batalla por años, hasta que creés que ya le ganaste y te ataca por donde menos lo esperás.
Su nombre, de solo seis letras, genera pavor; como si al nombrarlo uno le diera entidad y se volviera grande. El solo pronunciarlo hace que tu entorno cambie, y te vea con un rostro desencajado que oscila entre el miedo y la lástima; el contarles que ha jurado destruirte, hace que te vean como alguien con los días contados, pues muchos saben de su poder y todas las vidas que ha tomado.
Sé que parece que estoy hablando del villano de Harry Potter y esos libros que siempre amé, pero no. Este Cuco es “solo” un pequeño grupo de células al cual se le dio por no cumplir su ciclo determinado y crecer de forma descontrolada; un ente que puede modificar tu cuerpo para nutrirse, destruyendo todo a su paso pero, a la vez, sin levantar sospechas.
Nadie está seguro de cuál es su proceso de selección, por ello nadie está exento: un día te enterás de que, sin motivo aparente, te ha elegido como su enemigo e intentará derrumbarte. ¿Qué hacer? ¿cómo vencerlo?
Al mejor estilo de una saga de aventuras, la solución es el sacrificio: atacar o eliminar las partes que han sido corrompidas por Él. A veces basta con entregar una parte o un órgano enfermo, pero otras tantas veces eso no es suficiente y debés realizar el sacrificio más extremo: consumir los brebajes.
Estos no son más que un poderoso veneno que tiene el poder de destruirlo pero, en el proceso, también te ataca un poco a ti. Puede que pierdas el cabello, el peso, la memoria o que incluso no te reconozcas en el camino; pero es un pequeño precio a pagar por derrotarlo y seguir con vida.
Si lográs vencerlo queda otra parte que, por más que parezca ser simple, no lo es: volver a la vida. “¡YA ESTÁ!”, no se lo ve por ningún lado, solo nos queda que cada tantos meses controlemos que no vuelva.
El peligro pasó, el pelo vuelve a crecer, la memoria más o menos regresa; pero el cansancio queda, porque uno que estaba en modo supervivencia ahora debe “volver a su vida normal”.
¿Cómo? ¿Cómo sacudirse esa sensación de que acecha entre las sombras, agazapado, esperando un momento de descuido para volver al ataque? ¿Cómo evitar pensar que la espada de Damocles se balancea sobre tu cabeza?.
No hay una respuesta, tampoco sirve volverse esclavos del miedo, porque vivir con miedo no es vivir.
Solo se trata de levantarse día a día, pensando en que si alguna vez intenta atacar de nuevo estarás preparado para defenderte: prevención, he allí la clave. Cuidarnos y cuidar de los demás, hablar de ello para perderle el miedo, porque como dice Hermione en los libros:
“El miedo a un nombre sólo aumenta el miedo a la cosa en sí.”
El cáncer es real, pero con el apoyo de nuestros médicos y seres queridos podemos vencerlo, porque “nosotros tenemos algo que él no, algo por lo que vale la pena luchar”.
Alias Loli
(*) Ganadora del 3° puesto del Concurso literario La Letra Rosa









