Por
Roxana Volkart,
nieta residente en Costa Rica.
María Rosa Zubiría nació el 14 de abril de 1889 en Mercedes, provincia de Corrientes, en el seno de una familia numerosa. Era hija de Juan Ricardo Zubiría, un ganadero y hombre de negocios que fundó la primera usina de esa localidad, y de Carmen Zuloaga, dedicaba al cuidado del hogar y a la educación de sus 14 hijos. María Rosa creció en un entorno donde el esfuerzo, la visión de futuro y el compromiso con el bienestar de los demás eran valores fundamentales.
Desde joven, demostró un espíritu emprendedor y una vocación de servicio que la llevaron a trasladarse a Buenos Aires para formarse como docente, una profesión que marcaría su vida y que la llevó a trabajar por distintas instituciones y provincias del país. Con el título en mano, y después de trabajar en una escuela de la provincia de Buenos Aires, partió hacia el extremo sur del país, a la provincia de Santa Cruz, donde ejerció como maestra en la localidad de Río Gallegos. Fue allí donde conoció a Max Volkart, un suizo originario de Meilen, cantón de Zúrich, de profesión contador, que trabajó en Buenos Aires desde 1920 a 1923 para una firma suiza llamada Emilio Kuenser Import. Más tarde se incorporó a la firma Kreglinger Amberes en la Patagonia. Fue allí donde se casaron en 1926 y, juntos decidieron aventurarse en la provincia de Misiones en 1928, atraídos por su amor a la naturaleza, sus ganas de trabajar la tierra y su deseo de aplicar sus conocimientos en un nuevo entorno.

En Misiones, María Rosa continuó su carrera docente, trabajando en varias escuelas, primero en la escuela de la María Antonia, próxima a la localidad de San Ignacio, mientras su esposo Max trabajaba en la firma Yerba Mate SA en Puerto Esperanza. En 1929 se trasladaron definitivamente a Montecarlo donde María Rosa se desempeñó como maestra y vicedirectora en la Escuela N° 132, hoy conocida como Escuela de Frontera N° 706. Mientras tanto, su esposo Max, que había comprado unos terrenos destinados a chacra, se dedicaba a cultivar yerba mate, té, tung y citrus. Don Max también se desempeñó como contador, gerente, síndico y asesor de la Cooperativa Agrícola desde 1931 hasta su fallecimiento en 1970. También integró la Comisión de Fomento local y fue agente del Mercado Consignatario de Yerba Mate Nacional Canchada.
María Rosa fue una maestra dedicada, sensible y estricta, tanto con sus alumnos como con sus propios hijos. Siempre exigente, enseñaba modales, hábitos y responsabilidades, inculcando en sus estudiantes valores que los prepararían para enfrentar los desafíos de la vida.

Era conocida por su capacidad para superar barreras, incluyendo las del idioma, en una comunidad multicultural, con inmigrantes de diferentes regiones de Europa que apenas hablaban el español. Con practicidad y creatividad, recurría a gestos, mímicas e incluso a la ayuda de otros estudiantes para comunicarse y enseñar a aquellos que no dominaban el idioma. Este enfoque ingenioso y paciente la hizo muy querida entre sus alumnos, quienes recordaron con cariño sus esfuerzos por hacer que todos se sintieran incluidos. Más allá de las aulas, María Rosa promovía la participación comunitaria y el amor por el conocimiento. Proporcionaba a sus estudiantes libros, atlas, diarios y revistas para ampliar sus horizontes, y organizaba los trajes para los actos escolares, que eran seguidos por las tradicionales kermeses con asado y baile. Estos eventos no solo celebraban las festividades patrias, sino que reunían a toda la comunidad, desde agricultores hasta profesionales, en un verdadero encuentro de culturas y costumbres.

Exposición de flores
Además de ser una educadora incansable, María Rosa fomentaba el amor por la naturaleza. Cada 21 de septiembre, Día de la Primavera y aniversario de la escuela, organizaba una exposición de plantas florales cultivadas por los alumnos en sus casas. Este evento fue tan exitoso que se convirtió en el precursor de la Fiesta Provincial de la Flor, una celebración que aún perdura en la región y que se conoce como la Fiesta Nacional de la Orquídea y de la Flor, la que hoy tiene un impacto social y económico significativo para Montecarlo.
Pese a vivir durante los primeros años en Montecarlo en una chacra a varios kilómetros de la escuela, María Rosa recorría diariamente esos cinco kilómetros a caballo, vestida con pantalones largos y botas, cambiándose de atuendo antes de comenzar sus clases. Ni la lluvia ni el frío fueron nunca un obstáculo para ella, siempre comprometida con su misión de enseñar y formar ciudadanos íntegros, capaces de enfrentar las exigencias de la vida.
Tuvo tres hijos: Siria, Rosmarie y Conrado. Para que ellos pudieran continuar sus estudios de secundaria, se mudó a Posadas, desde donde se trasladaba a la ciudad de Santa Ana diariamente hasta que consiguió traslado al Colegio Nacional de Posadas, con el cargo de profesora de Historia. Durante los estudios universitarios de Rosmarie y Conrado viajaba constantemente a la ciudad de La Plata, y allí vivió con su hija Rosmarie sus últimos años hasta su fallecimiento el 17 de mayo de 1988, a los 99 años. Tuvo seis nietos: Néstor, Silvia, Rosmarie, Roxana, Myrtha y Alberto Francisco, quienes entre todos hoy tienen nueve bisnietos y dos tataranietos, que viven en diferentes partes del mundo. Los descendientes de Conrado aún conservan una de las chacras de la familia en Línea Chica.

Mi abuela, María Rosa Zubiría de Volkart dejó un legado imborrable en la educación de Montecarlo y en la vida de todas las personas que tuvieron el privilegio de conocerla.
Su dedicación, sensibilidad y capacidad para superar desafíos la convirtieron en un modelo a seguir para futuras generaciones. Hoy, su historia sigue viva a través de la memoria de su familia y de la comunidad que tanto amó y a la que sirvió con devoción.









