Cada día tomamos decisiones: algunas pequeñas, como qué camino tomar al trabajo; otras más trascendentes, como resolver un conflicto en el ámbito familiar, profesional o institucional. Nos gusta pensar que decidimos racionalmente, que evaluamos los hechos con objetividad. Pero la ciencia cognitiva tiene algo incómodo que decirnos: no siempre es así.
Un artículo publicado por el psicólogo Vincent Berthet en la revista Frontiers in Psychology nos muestra algo tan revelador como inquietante: incluso los profesionales más capacitados -médicos, jueces, gerentes o inversores financieros- toman decisiones bajo la influencia de sesgos cognitivos. ¿Y si lo mismo nos pasara a todos, cada día, sin darnos cuenta?
Los sesgos cognitivos son atajos mentales, “heurísticas” que usamos para ahorrar esfuerzo cuando tomamos decisiones. Son útiles, sí, pero también pueden llevarnos por caminos equivocados. El sesgo de confirmación, por ejemplo, nos hace buscar información que refuerce nuestras creencias y rechazar la que las desafía. El de sobre confianza nos lleva a creer que somos más hábiles o acertados de lo que en realidad somos. Y el de disponibilidad nos hace pensar que algo es más probable solo porque lo recordamos fácilmente, como cuando sobreestimamos la posibilidad de un accidente tras ver una noticia impactante.
Lo fascinante del trabajo de Berthet es que no habla de gente distraída o sin formación. Habla de jueces que dictan sentencias influenciados por números irrelevantes (efecto ancla), de médicos que cometen errores diagnósticos por confiar demasiado en el primer dato que ven, o de gerentes que, por miedo a las pérdidas, eligen mal. Decisiones que afectan vidas.
Ahora bien, ¿cómo nos afecta esto en la vida cotidiana? Mucho más de lo que creemos porque la convivencia también es un espacio de decisiones: cómo interpretar un comentario, cuándo intervenir en una discusión, qué creer y qué callar. Y si no nos entrenamos en detectar nuestros propios sesgos, podemos terminar reforzando prejuicios, actuando injustamente o agravando conflictos. Por eso, hablar de sesgos no es solo un ejercicio académico. Es una invitación a cultivar una mirada más crítica y compasiva que nos obliga a preguntarnos: ¿estoy viendo esto como es, o como me conviene verlo?
La buena noticia es que podemos entrenarnos. Nombrar los sesgos es el primer paso para desactivarlos. Y aunque no existe una receta mágica, sí hay prácticas que ayudan: deliberar en grupo, buscar activamente perspectivas distintas, revisar las decisiones antes de actuar. Y sobre todo, hacernos preguntas incómodas.
En un mundo cada vez más polarizado, reconocer nuestras limitaciones cognitivas no es señal de debilidad, sino de madurez. Porque solo quienes dudan de sus certezas pueden dialogar, convivir y construir algo mejor con otros.
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres





