El informe de Argentinos por la Educación sobre las respuestas de los alumnos de 3° y 6° grado en las Pruebas Aprender 2023-2024 ofrece una radiografía clara de cómo la infancia transita su tiempo libre entre la tecnología y las actividades tradicionales. Los números, al ser leídos en conjunto, muestran un panorama ambivalente: mientras las pantallas ganan centralidad en la vida cotidiana, las experiencias sociales, deportivas y artísticas persisten, aunque en retroceso en áreas clave como la lectura.
El protagonismo de las pantallas
El 89% de los alumnos de 6° grado usa redes sociales, y un 87% consume audiovisuales de forma regular. Esta preferencia, acompañada por el 40% que crea contenidos, revela no solo el rol pasivo del consumo, sino también un salto hacia la producción digital temprana. En 3° grado, la televisión y los dibujos aún dominan, pero ya se perfilan prácticas culturales mediadas por lo digital.
Lo que llama la atención es la intensidad de la exposición tecnológica a edades tempranas y la falta de mediación adulta que señala Irene Kit. La supervisión insuficiente es un punto crítico: si bien las pantallas se naturalizaron como parte del entorno, el acceso precoz plantea riesgos de adicción, sobreexposición, contacto con contenidos nocivos y reducción de otras experiencias vitales.
La persistencia de lo social y lo físico
El dato alentador es que, pese al predominio tecnológico, el 85% de los niños de 6° grado realiza actividades físicas, deportivas o artísticas y el 81% se reúne con amigos. Lo mismo ocurre en 3°, donde el 80% juega al aire libre. Estas cifras muestran que los vínculos cara a cara, el juego y la corporalidad siguen siendo un sostén fundamental del desarrollo infantil.
Sin embargo, el riesgo está en la tendencia a la reducción de estas experiencias frente a la expansión digital. La psicopedagoga Inés Zerboni advierte que el tiempo libre es una oportunidad de crecimiento emocional y social, no solo de descanso. Su reflexión sobre la necesidad del aburrimiento como motor de la creatividad es clave: en un mundo de estímulos inmediatos, los niños pierden el espacio de vacío que impulsa la imaginación.
La caída en la lectura y el aprendizaje cultural
Uno de los puntos más preocupantes es el descenso de las actividades vinculadas al aprendizaje cultural: solo el 46% lee libros fuera de la escuela (en 2018 era el 61%) y apenas un 35% estudia idiomas. Este retroceso plantea una pregunta central: ¿qué consecuencias tendrá esta merma en la formación de hábitos intelectuales duraderos? La lectura y el aprendizaje de lenguas son herramientas de acceso al pensamiento crítico y a la diversidad cultural, por lo que su declive en edades tempranas es un llamado de alerta.
Una edad clave para definir hábitos
Como señala Irene Kit, entre los 8 y 11 años los niños atraviesan una etapa decisiva: comienzan a definir habilidades, intereses y modos de relación. Lo que se consolide en estos años puede determinar sus inclinaciones futuras.
De allí la importancia de una política educativa y cultural que no delegue en el mercado digital la formación de la infancia, sino que impulse espacios de deporte, arte, lectura y juego colectivo.
Tensiones y desafíos
El análisis permite ver una tensión central: las pantallas no eliminan las experiencias sociales, pero las condicionan. Los niños siguen jugando, haciendo deportes y compartiendo con amigos, pero la proporción del tiempo frente a dispositivos amenaza con desplazar gradualmente esas prácticas. El desafío no está en demonizar la tecnología, sino en reequilibrar el tiempo libre con experiencias significativas que fortalezcan la creatividad, la autonomía y la interacción humana.
El informe refleja que la infancia argentina vive en un entorno híbrido, donde conviven el juego digital, la sociabilidad presencial y las actividades tradicionales. Sin embargo, el retroceso en la lectura y en aprendizajes culturales, junto al uso cada vez más precoz de redes sociales, muestra que los adultos -familias, escuelas y Estado- deben asumir un rol más activo en orientar el tiempo libre.
La cuestión no es si los niños usan pantallas -eso es irreversible-, sino cómo lograr que su tiempo libre combine lo digital con lo creativo, lo físico y lo social. En este sentido, tanto Kit como Zerboni coinciden: el tiempo libre no es un lujo, sino un espacio vital para la construcción de la infancia y de la sociedad futura.





