El robo de las manos del expresidente Juan Domingo Perón es uno de los episodios más enigmáticos y perturbadores de la historia argentina reciente. Estiman que entre el 10 y el 23 de junio de 1987, desconocidos profanaron la tumba de Perón en el cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires. No solo se llevaron sus manos embalsamadas, sino también su sable y un poema que su viuda, María Estela Martínez de Perón, había dejado como ofrenda. Lo más inquietante es que los autores del hecho lograron actuar sin ser vistos ni escuchados, dejando tras de sí un misterio que, a casi cuatro décadas, sigue sin resolverse.
El caso salió a la luz cuando tres figuras políticas de la época —Carlos Grosso, Saúl Ubaldini y Vicente Saadi— recibieron cartas idénticas con fragmentos de papel que pertenecían al poema dejado por Isabel Perón. Las misivas, fechadas el 23 de junio de 1987, informaban que un grupo había “procedido a retirar o amputar las manos de los restos de quien en vida fuera el Teniente General Juan Domingo Perón” y exigían un rescate de ocho millones de dólares para su devolución. La carta estaba firmada por “Hermes Iai y los 13”, un nombre tan críptico como el propio hecho.
Los profanadores rompieron el vidrio blindado del ataúd, utilizaron una sierra de Gigli para amputar las manos y trabajaron durante al menos dos horas sin ser interrumpidos. Se encontraron restos de velas y un protector de goma con forma de dedo, lo que evidenciaba la preparación del grupo. El sable de Perón también desapareció, mientras que la gorra militar quedó caída a un costado del ataúd.

La investigación judicial, a cargo del juez Jaime Far Suau, se vio desde el inicio envuelta en pistas falsas, amenazas y una serie de muertes violentas. Far Suau, quien se tomó el caso con seriedad y hasta viajó a Madrid para entrevistar a Isabel Perón, murió en un extraño accidente automovilístico en 1988. Su auto volcó y se incendió en una ruta desierta, y la legendaria carpeta negra con documentos clave del caso desapareció del lugar del accidente. Su muerte, como la de otros involucrados, nunca fue esclarecida del todo.
Otras muertes sospechosas rodearon la investigación. El comisario Carlos Zunino, encargado de la pesquisa policial, sobrevivió a un disparo en la cabeza durante un supuesto robo en su casa, aunque falleció años después. El sereno Paulino Lavagna, quien había denunciado amenazas, apareció muerto en el cementerio en circunstancias dudosas, y la autopsia reveló que fue asesinado a golpes. Incluso una mujer que solía llevar flores a la bóveda, María del Carmen Melo, murió tras denunciar la presencia de sospechosos en la tumba.
El misterio sobre el paradero de las manos de Perón y los motivos detrás del robo persiste hasta hoy. Las teorías abundan: desde una operación de inteligencia vinculada a la logia masónica italiana P2, liderada por Licio Gelli, hasta la participación de exagentes de la dictadura militar argentina. Algunos sostienen que el objetivo era desestabilizar al gobierno de Raúl Alfonsín, ya debilitado por la reciente rebelión militar de los “carapintadas” y los juicios a los represores de la dictadura.

El grupo que firmó las cartas extorsivas, autodenominado “Hermes Iai y los 13”, exigió el pago del rescate durante varias semanas, pero el Partido Justicialista no accedió a la demanda. Tras varios llamados telefónicos, los contactos cesaron y nunca más se supo del destino de las manos ni de los responsables.
Hoy, el robo de las manos de Perón sigue siendo un símbolo de los enigmas irresueltos de la Argentina. Nadie ha sido condenado por el hecho, los restos nunca aparecieron y el caso quedó envuelto en una maraña de conspiraciones, muertes inexplicables y un silencio que, con el paso del tiempo, solo ha alimentado la leyenda y el desconcierto.
Fuente: Infobae









