El auge de las comunicaciones, de la computación y de Internet produjo situaciones revolucionarias. Lo que era un producto escaso, gracias a diversas tecnologías, se convirtió en un producto abundante y por demás disponible. Una verdadera revolución que igualó o superó a la Revolución Industrial. También tuvo un inusitado auge la robótica y al día de hoy la discusión se centra en dónde poner los límites a los nuevos robots, que día a día nos sorprenden con desarrollos que hasta hace poco tiempo pertenecían a la ciencia ficción.Esta revolución ha cambiado todo nuestro mundo. Hoy resulta difícil imaginar las características del mundo en los próximos años. Quiero citar una frase de Erich Fromm para que nos ayude a reflexionar sobre todo esto: “El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots”.Coincidimos en que esta revolución tecnológica nos permite vivir mejor y más tiempo, pero, a su vez, debemos pensar qué se debe hacer para lograr un mundo mejor.La información es muy abundante, pero corresponde a los Estados discernir sobre los medios para que no se acentúe el hecho de que los frutos son accesibles a una parte de la población y que están quedando millones de personas que no logran alcanzar las ventajas de este “mundo mejor”.Por eso propongo que demos por terminada la Era de la Información y demos comienzo a la “Era del Discernimiento”.Discernimiento, según la definición de Wikipedia, es la capacidad de distinguir los elementos que están implicados en una cuestión, cómo se relacionan entre sí, cómo se afectan los unos a los otros y cómo cada uno de ellos incide en el conjunto.Por ende, es responsabilidad de los Estados tener, en base a la información, el mejor discernimiento para conseguir una sociedad más justa y homogénea.Vale la pena citar al catedrático Manuel Castells, que en su tratado “La Era de la Información” dice: “El caso de Finlandia se presenta como ejemplo exitoso de inserción en un mundo globalizado de la mano del desarrollo de la sociedad de la información, manteniendo el contrato social entre el Estado y la sociedad con su población y una distribución de esos beneficios de forma bastante homogénea. Así, demuestran cómo, en contraposición a Estados Unidos, la globalización de su economía no se traduce en una desigualdad social que se refleja en el aumento de la marginalidad de los individuos más desprotegidos por el Estado”.Creo que la mención de los dos países debe servir sólo a título de ejemplo y es una invitación a reflexionar sobre la posibilidad de los Estados de “discernir” en este nuevo mundo que ya estamos viviendo.Como afirma el profesor Santiago Pastrana en sus apuntes sobre ciencias sociales: “La tecnología permite a los países desarrollados tener información de todos los rincones del mundo en un tiempo récord. Un mundo sin distancias en el que cada noticia y suceso se conoce en cualquier parte”. La “aldea global” en la que todo está conectado. Sin embargo, aun en los países desarrollados, esto no deja de ser una ilusión. Las diferencias sociales y la marginación se producen tanto por la situación económica como por las diferencias de acceso a la información y al transporte. El “tercer mundo”, en su mayoría, es ajeno a estos avances que son, más bien, propios del mundo capitalista desarrollado de consumo de masas.Lejos estoy de proponer soluciones. Mi propósito es que podamos incorporar el discernimiento entre las condiciones que exijamos a todos los dirigentes políticos. Demos por iniciada la “Era del Discernimiento”.Colaboración:Por Carlos KaplanSociólogo y consultor de empresas – Télam
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