La Unidad Penal IV de Miguel Lanús considerada, aunque cueste creer, Instituto Correccional, el miércoles por momentos pareció transformarse en un manicomio. Al menos ocho internos, algunos de ellos mayores de edad, razón por la que no se entiende su alojamiento en el lugar, protagonizaron ese día una violenta revuelta en el sector que comprende los pabellones 4 y 5 de ese complejo penitenciario.La reyerta comenzó a las 17.10, pero curiosamente la Justicia habría sido alertada recién a las 20.30, aproximadamente. El panorama fue caótico y aunque no involucró a la totalidad de los internos; pudo haber terminado en una masacre sin que en el lugar se hiciera presente autoridad judicial alguna.Rodeados por el personal penitenciario, cinco reclusos amenazaron con rebanarse la yugular con hojas de afeitar. Uno de ellos, incluso, privado de su libertad por “tentativa de homicidio”, llegó al extremo de efectuarse heridas cortantes en un brazo con ese elemento cortante.A esa altura de los acontecimientos, la violencia había recrudecido a niveles de extremo voltaje emotivo. Basta imaginar a ocho personas, algunas de ellas de extrema peligrosidad, completamente alteradas por el consumo descontrolado de psicofármacos, amenazando con degollarse si el personal penitenciario no se retiraba del lugar. Mientras estos tomaban esa actitud, otro de los detenidos no paraba de golpear intencionalmente su cabeza contra la pared. Fue uno de los que terminó en la enfermería.PRIMERA EDICIÓN denunció, el sábado 23 de abril pasado, las paupérrimas condiciones de existencia en el interior de la Unidad Penal IV, un lugar de confinamiento donde nadie tiene la más mínima chance de rehabilitarse; más bien al contrario.Con mencionar, como lo muestran las imágenes, que las personas allí alojadas poseen un baño en el que ni los cerdos se animarían a ingresar: sucio, maloliente y trancado.Como se explicó en la “Primera Jornada de Justicia Restaurativa”, que se desarrolló, el mes pasado, en el Colegio de Abogados, en la Unidad Penal IV hay cerca de ochenta menores y jóvenes en el contexto de una capacidad edilicia colapsada. En otras palabras, hay hacinamiento y para colmo, la situación tiende a agravarse.Un informe de este Diario advirtió sobre la cada vez más temprana incursión de niños en el mundo del delito. En el contexto de una situación socio-económica y cultural complicada, de exclusión, los menores ahora comienzan a delinquir a los once años.El primero de los incidentes se produjo el miércoles a las 17.20 en el ala de los pabellones 4 y 5. Allí, los internos ya enardecidos comenzaron a insultar al personal penitenciario al grito de “Hoy se pudre todo”; “Hoy revienta”; y “Muerte a la gorra (como en la jerga carcelaria llaman a los uniformados).El panorama desde un principio asomaba complicado. La reacción de las propias autoridades parecía sustentar esa sensación. De hecho, aparte de informar a la cúpula del Servicio Penitenciario Provincial (SPP); también solicitaron la presencia del Grupo de Intervenciones Especiales Penitenciarias (Giep) y hasta convocaron al personal que estaba franco de servicio.Aunque en un principio la situación pareció calmarse, a la hora de la cena el descontrol regresó. Dos internos, uno de ellos detenido en una causa por homicidio simple, atacaron a golpes de puño a un tercero sin que mediaran advertencias o amenazas. Entonces los especialistas del Giep ingresaron al sector y sofocaron la contienda; pero el clima de tensión y agresión verbal hacia ellos no cesaba; más bien recrudecía.Máxima tensiónPor orden de la cúpula penitenciaria se procedió a la requisa de los pabellones, donde se secuestraron hierros y garrotes entre otros elementos. En medio del procedimiento se produjo un punto de inflexión: uno de los reclusos, implicado en una causa de tentativa de homicidio, extrajo una hoja de afeitar de entre sus prendas de vestir y se la llevó al cuello mientras amenazaba con matarse si no se retiraban los penitenciarios.Idéntica actitud adoptaron al menos cuatro compañeros de pabellones. Todo era gritos, advertencias, amenazas en un clima de extrema tensión que parecía tocarse con la mano de tan denso.En el recinto quedaron solamente los negociadores que horas después lograron convencer a los más violentos -o quizás los efectos de los psicofármacos se evaporaron- de que depusieran su actitud.Dos de los irascibles fueron trasladados a enfermería, donde recibieron las correspondientes curaciones. Uno por heridas cortantes en un brazo y el otro por traumatismos en el cuero cabelludo, de tanto golpearse la cabeza contra la pared.Se labraron actuaciones y ahora la Justicia en lo Correccional y de Menores será la encargada de determinar los pasos a seguir.Hay aristas de sobra para analizar en este caso y establecer las sanciones que correspondan, a los internos pero también al personal penitenciario que deja entrar psicofármacos a un complejo penitenciario. ¿O acaso los ofrecen adentro?
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