Durante 75 días, Macarena Laszeski navegó el Ártico abordo del buque “Esperanza” de Greenpeace en el que embarcó como marinera voluntaria junto con otros activistas, biólogos, científicos y periodistas.
En la travesía fue la única argentina abordo. “Había personas de todo el mundo, más de 16 nacionalidades” recorriendo el paisaje de hielo con el objetivo de investigar y denunciar las terribles amenazas que ponen en peligro los océanos. Se trata de una campaña que abarcará “desde el Polo Norte al Polo Sur”.
Tiene 32 años y cuenta que su historia con Greenpeace empezó cuando era una niña. Por aquellos días “yo era fanática de los delfines y mamíferos marinos. Y en la televisión mostraban a menudo a los activistas interponiéndose entre el arpón de los pesqueros japoneses y las ballenas para evitar que estos las cazaran”. Su admiración hacia ese acto fue tal que comenzó a soñar con ser una de esas personas.
De origen polaco, “Maki”, tal como le gusta ser llamada, es la hermana mayor de tres varones. Nació en Posadas y su respeto por el medio ambiente viene de familia “porque en mi casa siempre existió esa conexión con la tierra, con lo verde y con nuestro río”.
En su infancia coleccionó revistas y libros sobre mamíferos marinos: “Yo pensaba que iba a ser bióloga” sin embargo, cuando cumplió 18 años se mudó a Capital Federal para estudiar Kinesiología. Cursó tres años y se cambió a Antropología, pero “ninguna me gustó. Yo sentía que no era lo mío”.
En medio de preguntas habló con su papá y recibió la respuesta: “‘hija, hacé lo que sientas que tenés que hacer. Pero lo que elijas tenés que hacerlo lo mejor que puedas’”.
Ella sabía lo que haría, siempre lo supo: “ser activista de Greenpeace”, organización a la que se sumó en el 2008 y dos años después, ya era parte del equipo.
En abril de este año, Maki realizó su segunda expedición. Subió al buque Esperanza que partió junto al rompehielos Arctic Sunrise desde Londres, Inglaterra.
Como marinera voluntaria “mis tareas consistían en el mantenimiento del barco, operaciones con los botes y documentar lo que veía. También preparar material de campaña”, sintetizó.
De Londres partieron hacia Svalbard, un archipiélago situado en el océano Ártico que forma parte de Noruega: “es como el último pueblito más al norte del mundo”.
Dos días después, “salimos a la zona de hielo. Nos fuimos a lo más Ártico que podíamos llegar para alcanzar los 80º de latitud norte”.
Uno de los puertos que visitamos fue el de Islandia. Históricamente cazan ballenas. Este año recibimos al presidente de Islandia en el barco y lo mejor: se declaró como un país que no va a cazar ballenas”.
En el lugar “sentí una montaña rusa de sensaciones, jamás en la vida había visto algo así. En la Argentina tenemos glaciares y tuve la oportunidad de contemplar esos paisajes, pero nunca había visto algo como el Ártico”.
En pleno verano, “estábamos a 15 grados bajo cero”. Y lo más sorprendente es que “eran 24 horas de día: por ocho meses es así y después, cuatro meses están en total oscuridad. De verdad no pensaba que serían 24 horas de día”.
Una de las actividades en el barco era bajar botes y hacer recorridas en la zona. En una oportunidad “nos acercamos al glaciar y vimos una familia de morsas. Fue el único animal que vi en el Ártico y fue maravilloso. Pero, yo tenía la ilusión de ver osos polares y eso no ocurrió”. Según le explicaron los especialistas se debe al calentamiento global y a la escasés de alimentos.
“El Ártico está desapareciendo, la superficie de hielo retrocede año a año. Y es la casa del oso polar, por ende el oso polar está en peligro”.
La travesía continuó por Islandia, luego a Isla de Portland, que es parte del Reino Unido y finalmente llegaron a Las Azores, un grupo de nueve islas portuguesas, situadas en medio del océano Atlántico, a unos 1400 kilómetros al oeste de Lisboa. En esa zona “nos encontramos con un barco pesquero de tiburones. Los pescan ilegalmente, eran tiburones bebés, los cazan para comercializarlos y también, para quitarles las aletas y devolverlos al mar. Es algo horrible, el animal muere agonizando en el fondo del mar. Lo documentamos y denunciamos”. En Portugal, Maki descendió del buque y volvió a la Argentina. Regresó con la firme idea de defender “todo lo que vi y por eso tengo la necesidad de seguir luchando para proteger nuestro medio ambiente”.
Como objetivo espera que para el próximo año se firme el Tratado Global de los Océanos en la ONU, “que podría proteger el 30 por ciento de nuestros océanos. Actualmente sólo el 3 por ciento está protegido”.
Una misión que busca generar conciencia
Hace más de un mes, Maki bajó del buque Esperanza que continúa rumbo a la Antártida donde se prevé que llegará el próximo año. Para ella, el viaje por el Ártico “ha sido una experiencia difícil de explicar porque es un lugar majestuoso: el hielo llega a dibujar paisajes alucinantes y todo a su alrededor se convierte en la sublime expresión de la naturaleza. Lastimosamente, todo este paisaje frío está desapareciendo, los hielos se están derritiendo y cada año, las vistas satelitales nos muestran cómo se reduce su superficie. Queremos mostrar cómo cada zona del planeta está siendo afectada. Nosotros no tenemos poder de policía pero sí podemos mostrar lo que está ocurriendo en nuestro planeta y denunciarlo”.
Jornadas de frío y mucho mate
Maki contó que dentro del buque, las jornadas de trabajo son de lunes a viernes de 8 a 17. Y los sábados se trabaja por la mañana. En esta travesía, la única con mate era ella. “Son tres meses abordo y tres meses en tierra. Como la tripulación va rotando somos muchos los argentinos que viajamos en los buques. De modo que hay mucha gente que se acostumbró a tomar mate. A mí me sorprendió un filipino pidiéndome un mate”.
Por
Susana Breska Sisterna
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Fotografías gentileza: Denis Sinyakov // Christian Áslun// Will Rose // Kajsa Sjolander