BUENOS AIRES (especial). Cada vez que la mexicana Lila Downs pisa un escenario, su pequeña figura se agiganta. Cuando canta, cuando emite sonidos, gorjeos desgarradores de pájaro y su versatilidad la lleva a transformarse en una iguana y se arrastra por el escenario acompañando con su cuerpo el tema del mismo nombre. Lila transforma todo a su alrededor con una energía arrolladora.En junio estuvo por tercera vez en la Argentina para presentar en Rosario, Córdoba y Buenos Aires, su nuevo disco “Pecados y Milagros”, y cada vez mejor en su calidad de artista que rinde homenaje permanente a sus raíces indígenas, a la lucha de los pueblos originarios y a la femineidad de la tierra. Lila brilla en cada una de sus presentaciones, logrando una comunión con el público que se rinde a su talento.Ataviada con un vestido colorido, el pelo suelto adornado con flores, botas altas, y rodeando sus hombros desnudos con un huipil violeta decorado con intensas rosas rojas, ingresó al escenario poblado de flores, con el fondo de una imagen que ella misma le encargó al mexicano Alfredo Vilchis, en agradecimiento a la Virgen de Juquila por la llegada de su hijo adoptivo de dos años, Benito Dxuladi Cohen.“Es un verdadero honor para nosotros estar entre ustedes, cantándoles esta noche, porque desde que vinimos por primera vez a la Argentina, descubrirnos otro universo, un universo que compite con esta realidad tan difícil, y sentíamos de pronto que nos encontrábamos con los cómplices más hermosos del mundo en esta misión de musicalizar la tradición y el futuro del mestizaje latinoamericano. Gracias por su amor al folklore de nuestros pueblos”, dijo, después de cantar Mezcalito, el primer tema de su nuevo disco “Pecados y Milagros”, y de arrojar al piso un trago de mezcal, la bebida sagrada de México a la Pachamama, y tomando después un sorbo. Entre el público que colmaba el Teatro Gran Rex flameaba la bandera Wiphala, estandarte de los pueblos originarios, y Lila agradeció ese gesto llevando sus manos al cielo.Santos y milagrerosEn este nuevo álbum, la mexicana representa dos aspectos de su vida ligados a lo ritual y lo sagrado. Rescata el milagro de la vida personificado en la llegada de su hijo Benito, y el pecado que de alguna manera constituyen los “ex votos”, esa práctica religiosa y popular que se extiende a lo largo de América y que tiene que ver con las pinturas y otras obras que se entregan como agradecimientos a los favores recibidos por parte de santos y de otras figuras milagreras.Mientras cantaba una hermosa versión de Tu cárcel, de su compatriota Marco Antonio Solís, fue presentando a sus músicos de todo el continente que conforman La Misteriosa, su banda que suena impecable: su esposo, Paul Cohen (saxofonista, y productor de sus discos), Yayo Serka, Paty Piñón, Ángel Chacón, Leo Soqui y Gus Andrews y el paraguayo Celso Duarte que hizo delirar con los acordes de su arpa.“Estuvimos recorriendo Rosario, Córdoba, Salta, Santiago del Estero, y parece que gusta mucho esta canción que nosotros compusimos para una mujer que tuvo un fin muy triste, y que a la fecha no se ha visto justicia, Dignificada se llama…”, contó antes de los primeros acordes de la canción dedicada a Digna Ochoa, abogada defensora de los derechos humanos, asesinada en México en 2001, y con esa voz que le nace del estómago -y sorprende con su capacidad para pasar de filosos tonos agudos a poderosos graves- fue mezclando su cumbia con un fraseo femenino de hip hop.El Chango brilló junto a LilaLa mexicana que homenajea a Frida Khalo y al México de Zapata, con su vestimenta típica y personal: maquillaje, ropas, peinado, aretes, fue desplegando -acompañada de arpa, cajón peruano, percusión, guitarras, acordeón, trombón y vientos- sus cumbias, huaynos, rancheras y boleros. La gente aplaudió acompañando con palmas, y pedía canciones que invitaban al baile, atenta, Lila los complació con clásicos como La cumbia del mole, Justicia, La iguana, y La cucaracha, acompañada por el virtuosismo del Chango Spasiuk, como uno de sus invitados de lujo. La mexicana bailó al ritmo del acordeón del misionero que se lució. Los otros invitados fueron Kevin Johansen con el que cantó Baja a la tierra, y Dante Spineta y Emmanuel Horvilleur, Los Illya Kuryaki, con quienes brilló uniendo sus voces en Pecadora.“El maíz es un sustento sagrado. Me encanta mirarlos porque tienen ojitos, y así me los explicaba mi abuelita, que eran nuestros hermanitos, los maicitos”, señaló antes de brindar sus tonos agudos el Palomo del comalito, en homenaje a las campesinas que muelen el maíz, o en Cucurrucucú paloma. Similares tonos que peló para cantar “La llorona”, con un sentimiento sobrecogedor.La antropóloga, actriz y cantante que se reconoce como mestiza, hija de madre indígena y padre estadounidense, nacida en la ciudad de Tlaxiaco, en Oaxaca, decidió ofrecer en su disco “Pecados y Milagros”, a los santos y a los dioses, una obra de arte como agradecimiento por los milagros concedidos, uno de ellos es su hijo, Benito Dxuladi, que la vida le ofreció tras años de esperar un embarazo que todavía no llegó. Es que en un tramo de su vida Lila Downs tuvo un momento crítico. “Tuve un problema con mi voz en un momento muy triste, relacionado con mis dificultades para ser madre, entonces acudí a Doña Queta, una conocida curandera de mi pueblo; me dio una serie de tés que debía tomar en seis meses y que me rejuvenecieron. También me pidió que hablara con mi cuerpo y me reconciliara con él”, confesó en una entrevista que dio a esta periodista en Córdoba en el 2008. No tuvo un hijo, pero adoptó a un niño mexicano. En un alto del show, fue hasta el costado del escenario, y volvió con su niño en brazos. Miró al público emocionada y dijo: “Este es Benito…”, un aplauso cerrado resonó en el teatro y ella respondió regalando Agua de rosas, una bella canción que habla de la tristeza que ya no tiene. Hacia el final agradeció una vez más: “Muchas gracias por brindarnos este cariño! Muchas gracias por acompañarnos en esta noche…”.





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