POSADAS. La música de Raúl Barboza siempre tiene un mismo destino: el alma de la gente del mundo, y viaja borrando fronteras y uniendo caminos con sonidos de su fuelle que hablan de chamamé. Después de mucho andar por otras latitudes, el sábado, el maestro regresó a Posadas y compartió un concierto brillante con un numeroso público en el auditórium del Instituto Montoya. Con la bienvenida de los aplausos, “Raulito” llegó sonriente al escenario junto a sus compañeros Roy Valenzuela (contrabajo) y Nardo González (guitarra) y entre los primeros chamamés, casi como susurrando, dijo que la siguiente canción sería “un homenaje al monte, al silencio del monte” y soltó de “El Morocho” -su acordeón- melodías hermosas que capturaron de tal manera la atención de la gente que ante tanta quietud uno parecía estar frente a una gran fotografía de ese sublime momento. De tanto en tanto don Raúl se ponía de pie y abría los brazos para recibir el espontáneo cariño del público. Luego de algunas canciones de su autoría, el acordeonista recordó cuando tocaba en iglesias de Europa, “algo muy común allá” y relató: “Soy un guaraní y por eso anhelo mostrar nuestra cultura. Un día toqué solo en Alemania y la gente me pidió otra, entonces hice ‘La calandria’. Fue en 1947 que por primera vez escuché a Isaco Abitbol tocar ese tema, yo tenía nueve años… para que no saquen les cuento que en junio cumplí 74 años”, arremetió con picardía y continuó: “Escuché ese bandoneón y lo que él estaba expresando, tardé muchos años en asemejarme a esa sensación. Lo toqué en Alemania y después una señora se acercó, me preguntó por el origen de esa música y de su autor y al contarle de Isaco me respondió en francés: ‘Señor Barboza si Johann Sebastian Bach (de origen alemán) estuviese vivo a él también se le hubiese ocurrido tocar esa canción… esa música le llegó y sensibilizó su espíritu”, concluyó Barbosa y echó a volar “La calandria” desde su acordeón. El trío interpretó también “Alma guaraní”, de Damasio Esquivel, un músico a quien don Raúl, que en ese entonces tenía catorce años, y su padre acompañaron en un cuarteto. Poco después llegó un chamamé “de los de antes” e inclinando su acordeón Barboza contagió alegría a los presentes y al finalizar dijo emocionado: “¡Oh! La Caú vieja…”.Para “Horacito”“En este largo camino de andar y de andar hemos estado sincronizados con la vida y hemos vivido momentos de felicidad y de enorme tristeza, hemos andado mucho con Nardo, con Roy y con ‘Horacito’ Castillo (guitarrista misionero que falleció trágicamente en Santa Fe), quien se ha convertido en espíritu, ‘Horacito’ está con nosotros pero no lo podemos ver”, expresó Barboza. Con la autorización de doña Nacha (la madre de Horacio Castillo) hoy (por el sábado) le queremos hacer un homenaje interpretando sus canciones”, afirmó el maestro y así fue que Nardo González con su guitarra interpretó una canción colmada de belleza de autoría de Castillo, que formó parte del disco “Invierno en París”, que Horacio y Barboza grabaron en Francia. Los aplausos y los gritos de “bravo” fueron tan sentidos que seguro esa noche llegaron al cielo. El homenaje siguió con un invitado especial y quien durante mucho tiempo acompañó a Raúl Barboza por el mundo, el percusionista misionero Cacho Bernal, que a modo de trío con Roy y Nardo interpretó “El pombero”, también de Castillo. Luego, Barboza se sumó y hasta el final tocaron como cuarteto. El homenaje a Horacio Castillo se recibió con intensa emoción y reconocimiento, por el genial guitarrista y compositor que fue.“Los llevo a todos ustedes en el corazón”Se acercaba el final y “Kilómetro 11” fue celebrado por la gente, seguido por otra canción que ya es del pueblo: “Merceditas”. Mientras Barboza, Roy, Nardo y Cacho Bernal se despedían, la platea comenzó a pedir otra y el maestro dejó otro clásico chamamesero, pero antes manifestó: “Cuando no estoy en Argentina no siento nostalgias, y no es porque no extrañe, sino que me prevengo y los llevo a todos ustedes en el corazón” y conmovió a la multitud. Después de varias despedidas y de una seguidilla de pedidos de “otra” que Barboza supo complacer, el músico se despidió entre ovaciones y mientras algunos comenzaron a emprender el regreso a casa y a subir la escalinatas del auditórium, un gran grupo comenzó a insistir a gritos: “Otra”, “Tren Expreso”, “otra” y “Raulito”, que no los podía dejar varados en la estación, volvió y los maravilló con su creación más popular: “Tren Expreso”.Y como si hubiera llegado al lugar de destino en ese viaje para rozar el alma de la gente, el maestro gritó: “Posadas…” y la aclamación fue emocionante. Allí sí, se cerró el telón, mientras cada uno se llevó consigo esa inmensidad musical.





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