POSADAS. A la hora de la siesta en la capital provincial hay un bazar que no duerme: el Mercado Modelo “La Placita”, que siempre guarda el murmullo apresurado de la gente que aprovecha para ir a comprar alguna cosa que necesita. El ritual se cumple hace más de cincuenta años y Juan Carlos Sarasua (59) es uno de los pocos que sabe contar su historia porque la vivió en carne propia. “Ya llevo mi ciclo entero acá”, dice a PRIMERA EDICIÓN mientras ofrece sus bártulos en el local que heredó tras la muerte de su madre. Con una capacidad de relato envidiable, el hombre explica el sinuoso recorrido por la memoria para sintetizar las transformaciones que tuvo ese mercado desde que dio sus pasos iniciales hasta llegar a cómo se encuentra en la actualidad.“Cuando se inauguró este era un mercado donde principalmente se podía comprar verduras y carnes”. La familia de Juan vendía harina de maíz, almidón, porotos, cigarros que se amañaba y traía de Encarnación. “La mercadería se podía traer tranquilamente de Paraguay porque entonces no había las restricciones que hay ahora. Mayormente las paseras eran las que tenían el protagonismo, porque eran las que abastecían a los puesteros. La actividad estaba motorizada por la presencia de las lachas que no daban abasto yendo y viniendo con productos de chacra para vender. Era normal ver cómo todas la tardecita los puesteros se apiñaban en el puerto para aprovechar el último viaje y las comprar ofertas que se iban a vender al otro día. Entonces era libre el comercio. Nosotros traíamos cosas para poder vivir, no era contrabando lo que hacíamos”, señaló en relación al estigma que tuvieron desde siempre por la marginación social por relacionarlos con la ilegalidad.Durante la charla, el hombre dedicó un buen momento para rememorar cómo era “la placita” cuando todavía estaba cercada por el desaparecido barrio Villa Blosset. Juan lo recuerda con añoranza de niño, ya que aprovechaba cualquier descuido para ir a jugar a la pelota con sus amigos de ocasión…Los años negros“La placita inicial no estaba situada en el predio donde se encuentra ahora, sino cerca del viejo puerto de Posadas; después fue trasladada hacia donde se encuentra el viejo edificio, que era más chico pero se agregaron puesteros y vinieron las ampliaciones”, explicó. Igual a como lo son en la actualidad, sus instalaciones eléctricas y de servicio eran bastante precarias; de ahí que un día de verano de 1989 el lugar ardió por completo.“Ahí comenzaron los años verdaderamente duros, los placeros tuvieron que acomodarse en la calle. Esos años fueron los más bravos; mucha gente se tuvo que ir porque no le rendía (económicamente); vendieron los derechos de sus negocios para ir a buscar un nuevo comienzo. Por eso sólo quedamos seis o siete de los que empezamos. Eso me dolió mucho porque era toda gente amiga la que se tuvo que ir y todo fue cambiando. Para colmo ese gran movimiento que daba la lancha y la estación de trenes marcó el crecimiento de la placita, que fue entrando en declive y ahora si bien nos alcanza para sobrevivir, no va a ser nunca como lo que perdimos”, añoró. Sobre los tres años críticos que le siguieron al incendio de 1989, recordó con amargura y resignación que “nos cambiamos a la playa de estacionamiento que estaba enfrente, trabajábamos como tres años en la calle, en la intemperie. Cada vez nos fuimos quedando más pobres, para colmo al año siguiente del incendio se habilitó el puente internacional y los clientes se nos comenzaron a ir a Encarnación. Vivimos muy mal, encima empezó a ubicarse más gente para rebuscarse, lo que generó muchas tensiones por las ubicaciones que tomaban. Pero nos mantuvimos. Formamos familia y acá estamos. Quizá no es lo que era antes, pero se vive, como siempre”.





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