Aunque estos últimos días fueron más parecidos a las tardes húmedas de verano, que es lo que caracteriza a la tierra colorada, no puedo dejar pasar esos pensamientos que me traen las brisas de primaveras, de aquellos amores que disfrutábamos con toda la inocencia y la rebeldía de la juventud.Es imposible no relacionarlo con el sol brillante y las primeras pasiones que la verdadera libertad nos brindaba. El tartamudeo en esas palabras que querían explicarle a esa tímida señorita una teoría complicada sobre el amor, y sólo nos salían frases sin sentidos.Esporádicos encuentros que se llenaban de besos fugases pero que en nuestros recuerdos se convirtieron en esos eternos atardeceres, sin importar que no tengamos algún cobre en el bolsillo, porque nos sobraba agua en el termo, aunque la yerba estuviera lavada, entre mate y mate rosaba tu mano. La vida era una eterna sonrisa cargada de caricias, en donde no se pensaba en el futuro, simplemente buscar el lugar más silencioso y oscuro en donde tomaba con mis dos manos tu rostro guiando tus labios a los míos. El amor era más fácil y sencillo, así como los jeans rasgados y unas zapatillas de tela con la que caminábamos tomados de la mano. Incluso después de ese timbre de salida me gustaba cargar esas prolijas carpetas, muy distintas a las mías que eran un montón de hojas sueltas.Pero el amor va surcando por otras situaciones, nunca será una eterna primavera, porque el amor es algo dinámico y nunca lo volvemos a encontrar de la misma manera, es como el significado de ese fuego cambiante de Heráclito.Hoy tomamos al amor como algo más real y responsable, como algo vital que nos acompañe el resto de nuestras vidas, simplemente porque dejamos de ser esos eternos adolescentes que creíamos y nos convertimos en esas personas que valoran la compañía y piensan a largo plazo cuando están en nuestra presencia.Hoy nuestra primavera no está vertiginosa como en aquellos años, nuestra flor ya ha madurado y sólo esperamos recoger los frutos que a lo largo de nuestro camino hemos sembrado.A pesar que en nuestro andar muchas veces nos tomamos con partes sinuosas del camino, y que en ella muchas veces nos invade el frío implacable de la soledad, debemos transformar nuestros sueños en pequeñas primaveras, serían la combinación perfecta de pensar como adultos y sentir intensamente como jóvenes. No dejemos que nuestro amor quede atrapado en el crudo invierno de la rutina o se muera de sed en algún desierto carente de abrazos y te quiero.Debemos transformar el amor en un gran juego en donde disfrutemos, así como disfrutábamos de las suaves brisas, verdes pastos cargados de atardeceres donde retumban en nuestros oídos las risas cómplices de los amigos y el fuerte y reparador abrazo de ella que con sólo cerrar los ojos vuelvo a sentir el olor de su pelo. Septiembre nos llena de sol, tal vez de recuerdos, pero sobre todo debe llenarnos de amor. Recordemos que los árboles en invierno pierden sus hojas volviéndose grises y tristes, pero por más que hayan sufrido los embates del invierno siempre callado y esperando pero en este mes buscará florecer, porque está en su esencia y es inevitable.El resurgir de ese espíritu que en primavera debe prevalecer y así florecer con esa frescura de llenar de optimismo ese amor que quizás estuvo soportando los embates del invierno y busca nuevamente florecer. Por Raúl [email protected]





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