POSADAS. Hablar de enfermedad no tiene porqué ser triste. Así lo entiende Analía González a quien le diagnosticaron hace ya ocho años linfoma, cáncer del sistema linfático. Después de pasar años de quimioterapia, un auto-trasplante de médula y un trasplante con compatibilidad parcial, Analía cambió la forma de ver la vida.“Mis amigos me preguntan porqué estoy trabajando en dar a conocer y concientizar sobre el linfoma. Me dicen `¿No tuviste suficiente con toda la enfermedad?´. Y yo les digo que trato de devolverle a la vida un poco de lo que ella me dio: la oportunidad de seguir viviendo. Hoy en día ya no me preocupo por las cosas, voy mucho más lento, disfrutando paso a paso cada cosa que hago, saboreando cada una de las cosas, por eso me sumé a trabajar con la Asociación de Linfomas Argentina que está en todo el país”, contó. Analía contó su historia a PRIMERA EDICIÓN hace ya varios meses y volvió a recordarla, en el marco del Día Mundial del Linfoma que se conmemoró ayer bajo el lema “El linfoma es un cáncer que no puede ser ignorado”.Los primeros síntomasAnalía es policía y llevaba una vida muy activa y deportiva hasta que, a los 23 años, empezó a sentirse muy cansada, tenía comezón en el cuerpo y una tos que no se curaba. “Los médicos me decían que era por el estrés o un alergia nerviosa y no pensaban en que podía ser un síntoma del linfoma, porque tomaban los síntomas de manera aislada. No sabían leer que en su conjunto eran todos los síntomas que daban como diagnóstico el linfoma: cansancio, febrícula, pérdida de peso, sudores nocturnos, picazón persistente en todo el cuerpo, tos y falta de aire”, reflexionó. Después de cuatro meses de recorrer consultorios de especialistas, fue el médico de cabecera de la familia quien ató cabos y sospechó el verdadero diagnóstico. El diagnóstico del linfoma suele ser difícil en sus comienzos, pues aunque en general el síntoma más común es la presencia de un bulto, que no suele ser doloroso, en cuello, axila o ingles (inflamación de los ganglios linfáticos), también se puede presentar fiebre, sudoración nocturna, pérdida de peso o cansancio, por lo que se pueden confundir fácilmente con enfermedades comunes como gripe o mononucleosis. Muchas batallas luchadas Tras el diagnóstico, empezó con el tratamiento de quimioterapia y no paró de buscar respuestas. “Necesitaba entender porqué me enfermé, le pregunté al médico si era hereditario y me dijo que no, entre los pacientes que sufrimos esta enfermedad sacamos como conclusión que la enfermedad se puede dar después de haber pasado por algún estrés pos-traumático, la pérdida de algún familiar o algo fuerte que nos pasó en la vida y generalmente después de esa situación se detecta los linfomas”, explicó.Después de seis años de quimio sin obtener los resultados esperados, en 2013, le practicaron a Analía un auto-trasplante de médula. Pero ocho meses después de esa intervención, “mi cuerpo sufrió una recaída, mi propia médula no funcionó, esto no es en todos los casos, la mayoría de los autotrasplantes funcionan, en mi caso porque el linfoma era crónico y refractario no tuve éxito. Después de esto es como que la esperanza se me fue por unos días. Pero seguí con la quimio y dejé de pensar en la enfermedad. Después en Buenos Aires el médico me dijo que seguiríamos con las quimios suaves hasta que surgiera un nuevo tratamiento. Y fue así, esperamos dos años y apareció una nueva esperanza”, relató Analía.Hace nueve meses, recibió un trasplante de médula ósea donde la donante fue su hermana mayor, con quien hay un 50% de compatibilidad. “Hoy estoy en remisión tomando media pastilla de corticoide”, contó feliz. “Trato de seguir mi vida en forma normar y retomar las actividades que antes hacía”, confió.





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