Diana Gisel García Sandoval tiene una sonrisa que le ocupa toda la cara, brillantes ojos negros, la tez morena como su amada Virgencita de Guadalupe y habla con la cadencia característica de quienes se traen Caribe en la sangre. “Qué día bonito, pasa, pasa, que ahorita estoy contigo”, dice esta arquitecta de 26 años que desde diciembre del año pasado vive en un barrio posadeño junto al marido que conoció a través del Facebook y el que la hizo cambiar su vida en 180 grados.Sí, Diana conoció a Fabricio Salto por la red social hace más de dos años. Por cosas intrascendentes comenzaron a chatear, a contarse sus vidas, a compartir pensamientos, ella allá en su Culiacán natal, la capital del estado de Sinaloa, en México, y él acá en la capital de Misiones, unidos apenas por esa barra azul que titilaba en la pantalla primero algunas veces por mes, después algunas veces por semana y en los últimos tiempos, todos los días. La asiduidad del contacto los convirtió en necesarios el uno para el otro. Se pasaron los números y el Whattsapp hizo el resto. Audios, fotos de cada momento del día que estaban viviendo a mil kilómetros, videos de las familias, los trabajos, las clases, los amigos. “De pronto teníamos una relación”, cuenta ella. El primer “te amo” también fue online, al igual que la invitación a emprender el viaje para conocerse y el momento en el que ella decidió que era mejor que viniera a la Argentina porque a Fabricio se le complicaba ir a México. El instante en que la virtualidad pasó a ser real llegó para ellos en el aeropuerto de Ezeiza. Ahí estaba él con un ramo de flores y casi a los saltos haciéndose ver entre la multitud. El primer beso, que es como suelen empezar las relaciones, finalmente llegó cuando la de ellos ya estaba consolidada. Y ese abrazo que no terminaba nunca les dió la pauta de que todo había sido de verdad.“Yo nunca había viajado tan lejos y sola. Llegué el 22 de diciembre a Buenos Aires. Estaba muy nerviosa porque había pasado por migraciones y me estaba tardando mucho porque me preguntaban demasiado, y yo sabía que él me estaba esperando”, cuenta. Es que “una cosa es hablar, mensajes, llamadas, pero otra es verse, comenzar a conocerse y comprobar realmente como se dan las cosas”. Diana no vino a la Argentina con la idea de casarse sino con la intención de avanzar un paso. Pero Fabricio ya estaba a esas alturas perdidamente enamorado y apenas llegó, le propuso casamiento, pero para Diana aquella propuesta significaba mucho más que dar el si: significaba dejar atrás todo lo que conocía, su familia, sus clases de danza en las que era profesora y que representaban su verdadera pasión por encima de la arquitectura, su ciudad, su país. Durante todo el tiempo que duró su relación virtual, ella la mantuvo en reserva porque no quería que la gente le dijera lo que ella ya sabía: era una locura, eso era claro. Podía ser hasta incluso peligroso. “Me lo reservaba y se lo conté a muy poca gente porque estaba consciente de que era muy extremo, y tampoco sabía cómo me iba a ir. Lo que menos necesitaba es que me dijeran que corría riesgos, porque yo lo sabía perfectamente. Al contarlo sentía que me veían como una soñadora, que me tenía pena. Yo tomé todas las precauciones posibles porque no se puede mentir durante tanto tiempo. Además empecé a escucharlo a Fabricio en su programa de radio, todo el tiempo me nombraba y su compañero le decía que ya estaba podrido de la mexicana… y al tiempo en que nos agregamos al whatsapp era comunicarnos momento a momento, prácticamente compartíamos todo el día a día”. Fue hasta más adelante y con el viaje “que comprobé que él era realmente como se había mostrado. Nos habíamos tratado y teníamos una relación de dos años, pero en persona es como que apenas te empiezas a conocer. Nos dimos cuenta que ambos teníamos cosas buenas como algunas no tanto que no habíamos mostrado en esa relación virtual, pero en cuestión de sentimientos, de valores, confirmamos que verdaderamente éramos como nos habíamos mostrado”. Aceptar la propuesta de casamiento fue muy difícil para Diana “no solo por casarme que al final era lo de menos, sino por saber que ya no iba a vivir allá donde viví toda mi vida, separarme de mi familia, de mis amigos, y que no estoy a la vuelta de la esquina, sino a miles de kilómetros, con distancias y costos de por medio”. Fue mucho sacrificio el que requirió decirle que si “pero conforme lo iba conociendo como persona, también sabía que se me iba a ser difícil dejarlo. Era muy loco casarme pero era más loco irme. Fue tremendo ese proceso”. Fabricio convenció a su suegra de que viniera en el mes de julio. Estuvo junto a su hija el día 17, cuando ella se vistió de blanco y dio el si. Se quedó dos meses en Posadas y volvió a Sinaloa hace dos semanas, feliz por su hija, satisfecha por el hombre que encontró, por la familia que la acoge en nuestra tierra colorada, por los valores que cimientan ese matrimonio, por el sacrificio que hacen ambos, Fabricio buscando y trabajando sin descanso como DJ y locutor para ayudar a Diana a juntar lo necesario para visitar a su familia en diciembre, y ella yendo de un punto al otro de la ciudad para dar sus clases de danza, danzajazz y zumba, con lo que también aporta a los gastos diarios y al ahorro. Ella finalmente pudo elegir al darse cuenta de que su vida no iba a ser la misma sin él.. “Ahora que por fin estamos juntos es imposible dejarlo.. después de querer tanto, de extrañar tanto y de necesitar tanto la compañía del otro… cuando finalmente la tienes sabes lo que vale”. Como las heroínas de las novelas, al final Diana pudo apostar al amor. Pudo darle la oportunidad. Por Mónica Santos ([email protected])





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