SANA.- Es innegable que la palabra Yoga se asocia a la imagen de un practicante sentado con las piernas cruzadas, muy derechito, inmóvil, que transmite una sensación de paz y profundo silencio; silencio que sugiere un elevado grado de consciencia, ¿verdad? Corrientemente asociamos Yoga con postura. La palabra del sánscrito para postura es ásana. Y ásana es el tercer grado del Astanga Yoga -luego de Yama y Niyama- que nos ha legado el sabio Patanjali en sus Yogasutras, donde cada paso sustenta al siguiente. “Firme y agradable es la postura” dice este autor.Entonces, en la hora de Yoga, en el espacio de calma de la colchoneta, nos sentamos erguiditos, siguiendo las indicaciones de quien nos guía: sobre isquiones, la columna en el eje vertical, hombros relajados… y sentimos que “firme” quiere decir estable, bien asentado, sostenido, tanto el cuerpo como la consciencia, con un componente de exigencia razonable y justa; pero “agradable” significa grato, confortable, dulce, relajado. Porque el practicante se establece precisamente en el punto de intersección de ambos calificativos con el arte sutil de mantener sin esfuerzo, sostener sin tensión, luego de un trabajo progresivo hacia el logro de la postura.El mismo Patanjali nos indica la forma de conseguirlo: “Mediante la relajación del esfuerzo y la meditación sobre el infinito la postura es dominada”. Traduzcamos: La relajación en el esfuerzo es un medio, pero también un resultado porque la consciencia firme procura disolver las posibles tensiones, y lo conseguirá mejor si contempla el infinito, es decir, fuera del tiempo, sin antes ni después; fuera del espacio, sin más lejos ni más cerca, aquí y ahora. “De ahí se deriva la no afectación procedente de las condiciones opuestas” –prosigue diciendo el sabio, lo que significa que así establecida, la postura conduce a un estado cada vez menos afectado por los extremos, luego de una práctica superadora de la dualidad entre esfuerzo-firmeza y dulzura-relajación, hasta ir hallando el equilibrio, como explican Larry Chophel y Henry Geshemin, recordándonos que Ahimsa, el primer Yama, incide mucho en dicha práctica porque nos induce a no actuar violentamente, a no perjudicar jamás a ni al cuerpo ni al ser, sino que nos mantiene continuamente en un estado equilibrado y justo.Hasta acá hablamos de la postura sentada, desde la más simple hasta la más exigente que es el loto, elemento esencial –junto con la respiración apropiada- que permite abordar las siguientes etapas del óctuple sendero, aunque nada obliga a dominarla perfectamente. Pero para alcanzar esta postura ideal, que permite al meditante permanecer largo tiempo inmóvil, sin fatiga ni incomodidad, generaciones de yoguis han encontrado, definido y codificado numerosas posturas para la preparación del cuerpo-mente, que son las que hemos conocido en todo el mundo desde el siglo XX y adoptado para nuestro bienestar. Son las que practicamos en la colchoneta, en la hora del ahora, para purificar y alinear el cuerpo; corregir, prevenir y aliviar diversas afecciones, así como reducir el distrés. Namasté.Colabora: Ana LabordeProfesora de Yoga [email protected]





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