Por lo general todas las relaciones se fortalecen en su concreción pero la mayoría son muy frágiles en su formación. En ese período, la confianza y el amor entre esas personas tienen que sortear varios escollos. Dificultades que se forman tanto en el entorno de la pareja como en el interior de la misma. A mi entender, uno de los peores obstáculos en la concreción de una relación es “el tonto orgullo” que muchas veces levanta un muro entre esas personas que se quieren pero, que por algún motivo, se lastimaron.Una vez, un amigo me contó que había terminado con su pareja. Él jamás volvió a saber de ella y viceversa. Hasta que un día se encontraron en la “Capital del Monte”, en plena Fiesta Nacional de los Inmigrantes, ambos fueron con sus respectivos grupos de amigos, pero al verse pareció que todo a su alrededor había desaparecido. Ambos se miraron por unos segundos y se perdonaron tanto tiempo de ausencia en un fuerte abrazo, la verdad fue como si el tiempo no hubiera pasado para los dos. Hasta el sentimiento que sentían y callaron todo este tiempo pareció despertar y estar intacto.Por supuesto que sus amistades comprendieron este reencuentro y decidieron dejarlos solos para que rememoren viejos tiempos. Entre charla y charla ella le preguntó ¿me extrañaste?, a lo que él sin titubear y mirándola a los ojos le dijo: “todos los días”, y un silencio de perdón los envolvió por un instante. La joven dijo, “si tanto me extrañaste ¿por qué no viniste a buscarme?”; con voz tranquila y una mirada fija él le respondió: “¿y mi orgullo dónde quedaba?”. Como explicándole que era una cuestión más de dignidad que por otro motivo. En ese momento ambos se dieron cuenta de que el orgullo había dejado profundas cicatrices.Aunque se habían olvidado los motivos de la separación, quedó esa sensación de dolor y el miedo que produce el pensamiento que rondaba en esa noche de fiesta, una frase que ninguno querrá repetir, como una vaga idea de “volver a intentarlo”. Pero había pasado “mucha agua bajo el puente” y aunque el amor estaba intacto, ellos ya no eran los mismos.Esa pequeña tregua que hizo la casualidad, esa noche se había terminado, ellos sellaron ese encuentro con un fuerte abrazo. Él la acompañó hasta el anfiteatro del Parque de las Naciones donde sus amigos la esperaban para disfrutar de un recital que estaba por comenzar. El joven, la miró mientras la silueta de la chica se confundía y perdía entre la multitud. Él se dio media vuelta y prefirió volver con sus amigos a degustar una refrescante cerveza artesanal para que lo haga brindar de alguna forma por ese encuentro. Esa historia dio vueltas por mi cabeza haciéndome reflexionar sobre aquellas relaciones que muchas veces se despiden sin un motivo concreto, ni siquiera con un adiós. Creo que no hay peor castigo en el reencuentro entre dos personas, que no se han visto durante un largo tiempo, que cuando una de ellas se da cuenta que puede vivir con la ausencia de la otra. Hasta llegan a darse cuenta que se siguen queriendo con locura, pero no a esa imagen de carne y hueso que está frente a ellos, sino que el tiempo y el orgullo quisieron que fuese reemplazada con esa persona que vive en sus pensamientos.Quizás el amor no vuelva a concretarse en esos reencuentros porque prevalece el orgullo y el dolor de mares oscuros en noches de ausencias, teniendo miedo a entregarse a un “hola” sin respuestas. El orgullo es el espejo entre dos personas, que al mirar ven a esa persona que sufre en la espera, pero ese cruel sentimiento actúa como mordaza que no le deja gritar para decirle que la extraña. Por Raúl Saucedo ([email protected])





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