Dejar de lado las preocupaciones no resulta fácil. El desafío es relajarse durante el merecido descanso anual.
La bendita mochila es la carga, más o menos pesada, de la que no logramos liberarnos ni en pleno momento de descanso.
Depende, entre otros motivos, de la estructura o estilo de personalidad del viajante; de la magnitud, real o ficticia, del motivo de preocupación; de las particularidades y posibilidades, reales o supuestas, de este momento; de la influencia de las experiencias registradas como fotos en vacaciones pasadas…
Las mochilas cargadas con trabajo pendiente o con la expectativa de lo que estará pasando en la oficina o de lo que pasará a nuestro regreso suelen ser los motivos más recurrentes.
Sin embargo, cada quien sabe (o sería saludable identificar) cuáles son sus causas de alerta permanente: el dinero, la facultad, alguna afección de salud…
En este sentido prestemos atención a una posible trampa o trazo fuera de línea: puede que confundamos el motivo real de preocupación o desvelo. Puede que el motivo no sea cierto o concreto sino una creencia errónea o una construcción fuera de foco. Puede que seamos víctimas de una falsa atribución.
Con todas sus posibles formas y figuras, la mochila es eso, la obsesión y la ansiedad. Es, en definitiva, la incertidumbre, la sensación de peligro, el temor de haber perdido (o estar perdiendo) el control remoto de una situación. Motivos todos que calan más o menos profundo.
Es muy común escuchar: Recién logro desconectarme después de la primera semana. No hay estadísticas que demuestren cuánto tarda un turista en dejar de lado sus preocupaciones habituales o el conflicto en cuestión de este verano. Cada uno sabe, también, cuánto tiempo nos lleva la carga y descarga habitual.
Ya iremos descubriendo cómo ir reduciendo los días de resistencia. ¿Está en este momento en mis manos una posible solución? ¿Es momento para remediar algo? ¿De qué sirve o cuánto suma que siga enganchado con el asunto?
Por qué no tratar de salir por un momento de la oscuridad del bolso y preguntarnos: ¿soy de los del bando de los mochileros? ¿Cuán pesada es mi mochila? ¿Cuánto me afecta? ¿Qué hay dentro? ¿Hay algo que pueda sacar para aliviar el peso? ¿Qué estoy llevando a cuestas que no me pertenece?
A muchos les ayudará tomar lápiz y papel y creer que está haciendo un crucigrama distinto, con uno mismo.
Darnos cuenta es siempre el primer gran paso. Preguntarnos cómo (más que por qué) es el siguiente casillero.
Tal vez no sea momento de echarnos culpa, flagelarnos con cuestionamientos o salir en búsqueda de soluciones, sino de modificar o menguar (lo mucho o poco que se pueda) el peso que tanto nos abruma.





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