Si el nombre es la exacta y precisa sentencia de su identidad, el nombre común de las plantas es el bautizo que rinde el justo homenaje a su belleza. Nombrar a los seres y las cosas es un acto ancestral no privativo de la razón. Los nombres recuerdan, advierten, describen y comparan.
Con sensualidad los nombres comunes de las plantas celebran y comunican el encanto propio de cada flor, como saludando a la antigua y viva emoción de un encuentro.
Al hacerlo dan vuelo poético a aquello encubierto o ignorado o que, por su rotunda belleza, no es de fácil expresión. Será por eso que perduran y se mantienen a través del tiempo y de las muchas lenguas.
Que no es vulgar como suele decirse: vulgar es aquel que no distingue entre lo que es ordinario y lo que tiene de grandeza. De ahí que nombres comunes transitan de boca en boca y pueblo en pueblo; para decir que una flor es una flor, y no cualquier cosa.
Como el jazmín del árabe que pone en la irresistible y sensual belleza de la princesa oriental e igual perfume. Azucena, Angélica, Violeta, nombres como tantos que el lenguaje acepta compartir entre las flores y mujeres igualándolas en la misma idea de la belleza suprema. Amapola, cantada en boleros deriva del árabe y significa flor que crece de semilla en los campos; la nomeolvides es la celeste florecilla que olvidamos de despegar de la ropa. Como bendición la alegría del hogar, para las puertas de las casas.
Los panaderos, flotando en las horas cálidas reviven la nostalgia del reparto a domicilio: y nada tan poderoso como garra de león para fijar arenas movedizas. La dama de la noche cuyo perfume invade la noche, como el espíritu de mujer con ropajes más blancos que la luna. Coronas de novias, taco de reinas y damas del monte asistirán con sus lazos y helechos de amor para endulzar aún más el evento.





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