Incienso, cedro, anchico, mara, canela, guayubira
riquezas de la tierra colorada en las que el luthier Alejandro Tolj encontró mucho más que una madera y que convierte en instrumentos que llegan al mundo entero.
Alejandro Tolj llegó hace algunos años a la Capital del Monte, donde después de mucho andar pudo dedicarse a su pasión, la luthería.
Mientras renegaba con los proveedores me di cuenta que no estoy usando lo que tenemos, las maderas regionales son excelentes, así que hace tres años decidí montar una fábrica, con la idea de que los instrumentos salgan con un 95% de producción nacional, lo único que no puedo conseguir, que ya no existe en Argentina, son las clavijas, había una fábrica que cerró, confió Tolj que ya logró los primeros diseños de ukeleles neoclásicos de concierto y tenor.
Recordó que en Rosario es donde me formé como luthier, pero cuando vine a Misiones lo que menos hice fue dedicarme a la luthería y añadió que aprendió en Guitarrería Argentina, comencé el oficio cuando tenía más o menos 17 años, en una época sin Internet, sin celulares, era como aprender plomería, tenías que ir con el maestro y él te enseñaba.
Tolj tiene título universitario en Ingeniería, pero nunca la ejercí, trabajé como instrumentista, en General Motors, en la parte de robótica, hasta que me bajé de toda esa locura y me empecé a dedicar a esto. La gente que me traía sus instrumentos fue la que vendió mi trabajo, no era lo que yo decía que sabía hacer, sino lo que se veía en lo terminado, sostuvo.
Aunque reconoce que no fue fácil, allá por el año 2000 decidí abandonar Rosario y la locura urbana de sus calles y mi trabajo, para tener mejor calidad de vida en Oberá. Entonces trabajaba en la construcción del puente Rosario-Victoria, en mantenimiento, mi función era la robótica de las piloteras, los puentes grúas y las soldaduras automáticas de las armaduras del puente, arrancaba 5 y a veces volvía a las 22, a las 23 siempre algo se rompía y tenía que salir al obrador en Rosario, en el mejor de los casos, o a Victoria, y al día siguiente volver a empezar. Un día volví a casa, subí a la habitación de mi hijo y el tipo estaba desparramado en la cama, lo vi grande, largo, es la edad en que el bebé se transforman en pibito, y me pregunté cuándo carajo creciste. Tarde una hora en bajar diez escalones, entre los dormitorios y el living, mi cabeza funcionaba a 10 mil analizando qué sacrificaba, qué perdía y qué ganaba con dejarlo todo y empezar de nuevo, en un pueblo, sin trabajo, apenas conociendo a mis suegros, con la incertidumbre de qué hacer, darle bola a la cabeza o al corazón. Finalmente ganó el corazón, fui a la cocina y le dije a mi señora nos vamos a Oberá.
Una vez instalado en la Capital del Monte fueron muchas sus ocupaciones, me dediqué a vender café y reparar máquinas en las cuatro provincias del NEA, después puse una bombonería, una casa de comidas y también reparó aires acondicionados, apuntó.
Una desgracia familiar lo llevó a hacer absolutamente nada, hasta que hice un click, un día me desperté de un sueño, dije tengo dos hijos, hice una evaluación de mi vida, las cosas que había hecho, los lugares donde había estado, armé un plan y dije ahora voy a hacer lo que me gusta, mencionó.
E hizo hincapié en que desde entonces dedica sus día a reparar instrumentos, llegan a sus manos violas y violines, bajos, guitarras y charangos a los que, literalmente, en muchas ocasiones vuelve a la vida, mientras engendra nuevos instrumentos, apostando a la provincia, utilizando sus maderas, y al país, buscando industria nacional, recordando siempre lo mucho que vieron sus ojos y que a los sueños solo hay que ponerles trabajo.
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