
Se despertó sobresaltado esa mañana, miró su reloj y supo nuevamente que se le había hecho tarde. Miró por todas partes y se dio cuenta que era otra mañana de domingo. Pero este era diferente porque tenía una cita y ella lo estaría esperando. La lluvia caía acompañando el sueño de todos aquellos que se quedan en sus casas descansando. Tomó su viejo abrigo y siguió un camino distinto donde la encontraría. Con la mirada distante, no le importaba pisar los charcos, ni que ella lo viera algo despeinado y un poco descuidado. Aunque nadie en su sano juicio saldría con ese tiempo, él sabía que el esfuerzo valía la pena, nada era más importante que volver a verla. Puso sus manos en los bolsillos mientras la lluvia se volvía más fuerte y él más pequeño. Casi sin aliento llegó al viejo mirador a orillas del río, la vio de espaldas con sus brazos cruzados como sintiendo un poco de frío, se acercó lentamente y apoyó su cara helada sobre su cabello mojado y le dijo al oído todas aquellas hermosas palabras que ella siempre ha recordado.
Se sentaron en el mismo banco donde hacía tiempo él su amor le había confesado y ella con un tímido gesto de aprobación pagó como si fuese la recompensa a ese amor correspondido. Nuevamente volvió a respirar el perfume que nunca se había ido de su piel y acarició su mejilla y ambos sintieron nuevamente aquel sentimiento que nunca se había ido, porque simplemente ante tanta ausencia se había quedado dormido.
Aquella mañana gris se transformó en una larga conversación que ambos habían esperado porque tenían que contarse aquellas cosas que habían callado. Ella sonrió porque volvió a escuchar esas historias que creía olvidadas, y que trajeron el pasado al presente para que esos recuerdos no sean olvidados.
Ella solamente lo miraba y sonreía con esos ojos enormes que él simplemente nunca pudo olvidarlos y que lo mantenían enamorado. Era increíble, pero ese hombre no podía soltar su mano, al mismo tiempo quería abrazarla para no pensar que más tarde se tendría que marchar. Las horas pasaban muy rápido cuando estaba junto a ella, que ni siquiera le daba tiempo para decirle cuánto la amaba. Pero estaban nuevamente juntos mientras todas las personas dormían, el mundo era de ellos, junto a la mañana, ese río y la lluvia que caía.
Ambos sabían que eran el uno para el otro y que juntos por siempre se harían compañía, no necesitaban del amor para descubrir que la vida a veces parece injusta pero ellos crearían su propia justicia, donde no habría culpables o inocentes, simplemente almas que se buscan y se encuentran para no sentirse desamparados.
De pronto la lluvia paró y los pájaros con su canto anunciaron el despertar de un nuevo día, el ruido de los autos interrumpieron aquel momento, mientras el agua caída en el suelo reflejaba las figuras de aquellas personas que salían a caminar y disfrutar ese domingo.
Para él ella era su mundo y no necesitaba del amor para sentirse seguro porque ellos eran dos enamorados que nunca se habían buscado, pero el destino quiso que se encuentren los domingos en aquel banco despintado y gris que parecía perfecto para ellos.
Ella soltó su mano se levantó mientras le decía que tenía que irse porque no le quedaba más tiempo, él la abrazó y se despidió con un largo beso, en el cual prometía que la volvería a buscar y encontrar para vivir ese momento.
Con una tierna sonrisa ella le repitió que ambos no necesitan del amor porque él siempre la tendría. Porque aquella sonrisa callada nunca lo dejaría y vivirán ese sentimiento tan puro como perpetuo en donde ella con su silencio y él con sus recuerdos, aprendieron a estar juntos.
Discussion about this post