De ahora en más nunca sabré si la costa o aún en el mar, así fue por ocho años en Pacífico Sur.
Todas las islas se me aparecen como un gigantesco barco en el medio de un océano que es un gigantesco eco de verdes. Verdadero juego de repeticiones que están en el mar y suben al cielo, caen en las laderas de las montañas, rebotan definitivamente en las plantas, viajando, arremolinado.
Despiertan sorpresa y asombro los hombres duros, casi de aspecto dudoso, en una actitud que se asemeja a un desafío; o mujeres bellas. Una posible interpretación es la siguiente: ellos, el mar, ellas, el viento. El viento modeló sus cuerpos levemente, con todo el tiempo del mundo rasgó sus ojos, alargó los cabellos. Las tahitianas son parte de esa extraña y siempre móvil geografía del lugar. Vista desde el mar, la perspectiva es magnífica. Es una masa de distintas tonalidades de verde, desde la playa hasta la cima de la montaña, inacabablemente diversificada con valles, colinas, hoyas y cascadas. Los picos arrojan sus sombras sobre las colinas. Desde lo alto, las cascadas vierten diamantes a los valles. Se respira aire tan encantador que parece un país de hadas, puro, recién salido de las manos del Creador.
Al acercarnos, el cuadro no se torna menos atractivo. No exagero al decir que la persona sensible que vagabundea por primera vez por estos valles lejos de los lugares habitados por los nativos verá cada objeto como un sueño, debido a la inefable quietud del paisaje.
Por algunos momentos se resistirá a creer en la existencia de un lugar como éste.
Papeete es la capital de Tahití: puede enumerarse una serie de imágenes sucesivas que se superponen, los techos rojos de las casas blancas y el verde rojo que cubre la torre de la Catedral: hacia atrás, el monte de árboles espesos y luego picos de montañas que parecen dibujados por un niño; picos triangulares finalmente su verde azulado del cielo. Aquí los picos recortan figuras, casi lunares, absolutamente caprichosas, emergiendo de un mar de palmeras. El museo de Gauguin es un fantasma de recuerdos de sus huellas, ninguna obra se encuentra allí. Puede reconocerse hasta el último lugar reproducido en cualquiera de sus obras. La belleza mística que hace de Tahití unos de esos pocos sitios en el mundo al que siempre se vuelve.





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