Así pues, la otra noche cuando llegué a casa y encontré a mi esposa fregando el piso, le pregunté:
– ¿Sabes tú quién eres realmente?
– ¿Qué dices?, me preguntó sin comprender.
– ¿Quién eres realmente? ¿Posees alguna identidad aparte de esposa, madre y sirvienta?
– ¡No pises allí, que acabo de limpiar ese rincón!
– ¿No te preocupa haber sacrificado tu intelecto a cambio de una escoba?
– ¡¿Estás buscando bronca?! -exclamó- ¿O quizás estás tratando de ocultar algo, en qué te metiste?
– Nada de eso. Se me ocurrió que tú deberías aspirar a algo más en la vida que esta monótona existencia. Responde a mi pregunta.
– Bueno, por si te interesa saber, lo diré: en realidad me gustaría ser piloto, pero le tengo miedo al despegue.
– Eso es, ríete de mí. Hay millones de mujeres desdichadas, de mujeres frustradas que, aunque anhelan conquistar un sitio en el mundo, no son más que pasatiempos para sus maridos… Y tú te quedas tan tranquila, amasando pan, y encima me dices que estás satisfecha. Tú derramas amor y afecto sobre mí y los niños. Y eso está aniquilando tu yo.
– ¡Un momento! -protestó mi mujer, mientras colaba los fideos-. No te metas con mi yo. Ya sé que me ocupo de ti, de los niños y tengo la casa en orden, pero comprendo que nadie es perfecto.
– No, yo digo que fuera de esta casa existe todo un mundo nuevo, diferente. Anda, sumérgete en él. Ve y encuentra tu verdadero yo.
– De acuerdo. Así lo haré siempre que vayas tú a buscar a los niños y tengas la comida lista.
– ¿Por qué bostezas?, le pregunté.
– Estoy cansada.
– Toda mujer inteligente, capaz, sana, que carece de objetivos, de aspiraciones que la impulse y la haga madurar mentalmente, en cierto modo se está suicidando. ¿Me crees capaz de vivir con ese peso semejante sobre mí conciencia?…
Nueve meses después, al volver de mi oficina, encontré la puerta abierta de par en par, a los niños devorando papas fritas con el gato en la cocina, al perro desgarrando la alfombra y el televisor a todo volumen. ¡Qué es esto! Los niños corren al jardín y miran hacia el cielo: Es mami, papi, vení, es mamá. Es el ’voyerito’ que vuela mamá. ¡Ah! Ella dijo que prepares salchichas, las papas ya las comimos.
Tardé veinte minutos para localizar a mi esposa por teléfono. !Te vienes a casa inmediatamente!” le grité. “¿No has pensado en lo que está pasando aquí?” – Estaré de vuelta en casa a las nueve. Al fin me he encontrado a mí misma; mi verdadero yo.
– ¿Dónde? – Aquí, entre la sección de cacerolas y platos. Al fin sé lo que es la realización de las posibilidades que encierra el propio ser.





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