Recientemente nos referíamos a las posturas del Hatha Yoga asignando suma importancia al diálogo que ellas nos permiten establecer con el cuerpo, así como a la conexión con uno mismo y con toda la naturaleza, es decir, con la Creación, en presente, aquí y ahora. Pero
no estaba todo dicho. Si bien los occidentales nos venimos beneficiando muchísimo con adaptaciones prácticas y saludables, meses atrás hicimos notar que las posturas constituyen una octava parte de todo el sendero del Yoga. La palabra señera del Maestro Iyengar nos va a ilustrar al respecto:
Una casa no puede mantenerse en pie sin unos cimientos firmes. De igual modo, sin la práctica de los principios de yama y niyama, que constituyen los cimientos de la edificación del carácter, no puede existir una personalidad armoniosa. La práctica de ásanas (posturas) sin yama y niyama es acrobacia pura. ¿A qué se refería Iyengar? Veamos:
En los Yoga Sutras, el sabio Patanjali describe el Yoga como chitta vrtti nirodhah, que podemos traducir por acallar (nirodhah) las fluctuaciones (vrtti) de la mente (chitta). Es decir que el Yoga es el método mediante el cual se calma la agitación de la mente y la energía se conduce por canales constructivos. Y los medios adecuados para alcanzar este objetivo son los ocho miembros o estadios del
Yoga expuestos por Patanjali en el siguiente orden:
1: Yama (mandamientos de la moral universal).
2: Niyama (autopurificación por la disciplina).
3: Ásana (postura).
4: Pranayama (control rítmico de la respiración).
5: Pratyahara (retirada de la mente de la dominación de los sentidos y los objetos externos).
6: Dharana (concentración).
7: Dhyana (meditación).
8: Samadhi (estado de supraconsciencia producido por una profunda meditación, en el que el aspirante sadhaka- se hace uno con el Paramatma o Espíritu Universal).
El primero de estos ocho miembros es yama -disciplinas éticas- y comprende los grandes mandamientos que trascienden toda creencia, país, edad y época. Ellos son: ahimsa (no violencia), satya (verdad, o sea, no mentir), asteya (no robar), brahmacharya (continencia) y aparigraha (no codiciar). Dichos mandamientos constituyen las reglas de moralidad para la sociedad y el individuo, y su desobediencia lleva al caos, a la violencia, a la mentira, al robo, a la disipación y a la ambición desmedida. Precisamente la raíz de estos males se halla en las emociones de la codicia, el deseo y el apego -que pueden ser leves, medianas o excesivas- y sólo nos acarrean dolor e ignorancia.
Como vemos, el primer principio de yama es ahimsa, palabra compuesta por la partícula a, que significa no, y el sustantivo himsa que significa matar o violencia. Pero implica algo más que el mandato negativo de no matar, ya que tiene un sentido positivo más amplio que es el amor, un amor que nos abarca junto con toda la Creación, a la que no debemos agredir matando y destruyendo.
En este punto, Iyengar nos recuerda que la violencia es un estado de la mente que surge del temor, de la debilidad, de la ignorancia o de la agitación; para desactivarla es necesario liberarse del miedo efectuando un cambio de perspectiva vital, una reorientación de la mente. Sólo entonces ahimsa será acompañada por abbaya (ausencia de temor) y akrodha (ausencia de ira). Además, la violencia disminuye necesariamente cuando las personas aprenden a basar su fe en la realidad y la investigación en lugar de la ignorancia y la suposición.
¡Y esto recién empieza! A modo de lecturas vacacionales continuaremos desarrollando estos principios, estos cimientos firmes de la práctica y del carácter de cada uno de nosotros, guiados por el Maestro Iyengar desde su valiosísimo libro Luz Sobre el Yoga. Y en el aquí y ahora de la colchoneta validamos estas palabras suyas: El yogui sabe y enseña a los otros cómo vivir, y se esfuerza siempre en perfeccionarse, mostrando a todos, con su amor y compasión, cómo mejorar.
Colabora
Ana Laborde
Profesora de Yoga
Tel. 4430623
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