La vida, muchas veces, está llena de héroes anónimos que pasan a nuestro lado. La vorágine del día a día nos empuja, tal vez, sin darnos cuenta de pasar por algunos lugares sin ver a nadie. Sin reparar, muchas veces, que a nuestro alrededor pasan cosas que merecen ser contadas para darle el lugar que se merecen. Un joven con muletas se para a un costado de la canchita de tierra de la chacra 17 del barrio Villa Urquiza. “El Mundialito”, como lo conocen los vecinos más antiguos y que contuvo a varias generaciones del barrio.Martín saca una bolsa con algunas pelotas, algunas de ellas bastante gastadas. De una de las tantas casas precarias que se levantaron en los alrededores salen dos chicos. Uno, con camiseta de Boca, y el otro con una remera con la figura de los Minions, un pantalón de fútbol blanco “encardido” por la tierra y unas zapatillas bastantes gastadas. De otro lugar se acercan varios más. Todos lo saludan y rápidamente le piden la pelota. La tarde va cayendo y las sombras comienzan a ganar terreno. Con el correr los minutos van llegando más chicos. Todos se muestran ansiosos. Todos hablan al mismo tiempo. Todos quieren una pelota, pero las que están no alcanzan para todos. El par de reflectores que tiene la precaria cancha ilumina a los pocos más de treinta chicos que concurren los martes y jueves al ritual futbolero que los lleva a soñar en convertirse algún día en grandes futbolistas. El joven toca el silbato y los llama. A su lado otras dos jóvenes lo ayudan a acomodar a los pequeños. “Vengan acá. Escúchenme un momento. Vamos hacer algunos trabajitos para que todos puedan jugar con la pelota”, dice. Hace algunos meses atrás, Martín De la Cruz, quien hasta hace poco jugaba en la primera división de El Brete en la Liga Posadeña, se lesionó. Lo tuvieron que operar de una fractura de peroné. Cómo todas las tardes veía a los chicos del barrio “pateando al arco en la canchita”. No tuvo mejor idea que acercarse y preguntarles si querían entrenar. Entonces nació, casi sin querer, la escuela de fútbol del barrio.Una ayuda fundamental“Sin el apoyo de la chicas del equipo de futsal de San Patricio, no podríamos hacer nada. Ellas realmente son el sostén de todo esto. Ellas vienen de distintos lugares a ayudarme. Con recursos propios y una feria americana de ropas, ellas juntaron el dinero para mandar a hacer las camisetas para los chicos. Cuando comenzamos éramos casi 20. En la actualidad son más de 30. Tenemos que comprar más camisetas”, comenta Martín, quien trabaja en un maxikiosko en el centro, a cuyo propietario le agradece que lo haya bancado cuando él no podía ir a trabajar. Los martes y jueves, poco después de las 18.30, lo “gurises del barrio” tienen una cita de honor, a la que nadie quiere faltar. Mientras que los sábados las chicas les dan clases de apoyo a los pequeños, pues lo más importante es que ellos vayan bien en la escuela. Con dedicación y sacrificio, las mismas virtudes que lo llevó a jugar varios años en las inferiores de Racing Club de Avellaneda, Martín le “pone mucha onda” a la enseñanza con la colaboración permanente de Diana Paoli, que viene de Encarnación, Ana Chávez y Mariana Romero, quienes además de jugar futsal en APoFuSa, estudian en la Universidad Nacional de Misiones, y aún así tienen tiempo para entregárselo a los chicos. Con el correr de los días y las semanas, la Escuelita comenzó a recibir apoyo. Hace algunos días atrás Claudio “caito” Fileppi, quien se formó también en la Academia y en la actualidad es refuerzo de Guaraní Antonio Franco, se acercó a charlar con los chicos. También Ramón “Negro” Valdez acercó algunos elementos que ayudan al funcionamiento de la escuelita. No todo es fútbolNo solo de fútbol viven los chicos de la “17”, pues la colaboración de algunas personas hacen que tras las prácticas se les sirva una merienda y los fines de semana reciban clases de apoyo escolar, cuestiones fundamentales para el crecimiento de los gurises. A Martín, a su familia y a los que colaboran con él no les sobra nada, son laburantes y estudiantes. Pero tienen la riqueza espiritual de querer hacer algo por los demás.El sonido fino de los pelotazos contra el alambrado o el ruido seco de la pared de madera ante cada pelotazo (las casas están pegadas a la canchita). Los gritos y algunos exabruptos de los chicos forman parte del repertorio semanal que genera la escuelita.“La idea es ayudarlos, que jueguen todos. El mensaje es intentar darle una mano. No somos los salvadores pero queremos colaborar. Que sea una manera diferente de entender el deporte y lo que significa compartir lo mucho o lo que poco que tenemos”, comenta Martín, quien reconoce que en Buenos Aires conoció la noche y sus peligros, pero por suerte volver al hogar lo rescató.Cerca del sueñoLa historia del joven, es una de las tantas que se repiten y que dejan al descubierto que el fútbol profesional no es para todos. La carrera de Martín, que pasó gran parte de su infancia lejos de su casa y de su familia, tuvo un final abrupto. Cuando estaba cerca de debutar en la primera su representante había caído preso (era barra de la Academia) por lo que él dejó el club e incursionó en la B Metro en Dock Sud y Claypole, pero sin demasiada suerte. Extrañaba a su familia y el estado de salud de su padre lo llevó a pegar la vuelta. Él, que estuvo cerca de cumplir “el sueño del pibe en Racing”, quedó en el camino por esas cosas del destino, pero esa experiencia ahora la quiere trasladarla a los chicos para ayudarlos a entender que para lograr algo, siempre hay que esforzarse, ser constante y respetuoso. Martín dejó de gambetear en la cancha, pero la sigue dibujando en el barrio. De la misma manera que lo hacen otros héroes de carne y hueso, como las chicas de San Patricio, que todos los días la pelean y ayudan a los demás. Los verdaderos crack de la vida que pocos conocen, que están ahí y que se sienten plenos con ayudar sin esperar nada a cambio.Fotos: Miguel Colman





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