Visitar la aldea de las llamadas “mujeres jirafas” en el norte de Tailandia te pone en un dilema. ¿Se trata de un recorrido auténtico para sumergirse en las tradiciones de una tribu o es más bien un zoológico humano, montado para recaudar dinero? Quizá haya un poco de cada cosa y es aquí donde cada uno tendrá que sacar sus propias conclusiones. La entrada a la comarca, que se ubica en el camino entre Chiang Mai y Chiang Rai, cuesta 500 baths, algo así como 14 dólares. Honestamente, dudo que ese dinero les llegue a las familias que habitan allí, de manera muy humilde. El predio en el que viven parece salido de un cuento, muy similar a la comarca que habitaban los Hobbits en El Señor de los Anillos. Árboles, enredaderas de todo tipo, mucho césped y un molino de agua en medio de un lago apacible le ponen marco al recorrido. Y aquí, como en la obra de J. R. R. Tolkien, los anillos también parecen una carga demasiado pesada para quienes los portan. A tal punto que podrían debilitarles el cuello y volverlo incapaz de sostenerse por sí solo, causándoles la muerte. El lugar está habitado por diferentes grupos étnicos, dispuestos a lo largo de senderos y callejuelas de tierra. Luego de varios minutos de caminata, por fin me encuentro con las mujeres más populares del lugar. Allí estaban, sentadas frente a sus casas esperando a los turistas para ser fotografiadas y ofrecer sus artesanías. Algunas son ya abuelas. Otras, apenas criaturas. Pero todas tienen alrededor del cuello las famosas argollas doradas que resaltan entre las diferentes ornamentaciones corporales que utilizan. De hecho, no solamente se las colocan en el cuello sino también en las pantorrillas. Son tímidas y calladas, pero de sonrisa amable. Caminar por el lugar fue extraño. Quizá lo más parecido a recorrer la Fiesta del Inmigrante en Misiones y ver a la gente con sus trajes típicos, aunque en un contexto muy diferente. Algo en la escena me pareció forzado. Sigo caminando y me detengo muchos metros más adelante. Al mirar hacia atrás, observo a lo lejos algún movimiento diferente. Entonces, a través del zoom de mi cámara pude observarlas improvisando algún baile e interactuando entre ellas. Comprendí que lo que había visto unos minutos antes había sido, efectivamente, una pose para el grupito de turistas que pasábamos frente a ellas. CuestionamientosLas padaung o, mujeres de cuello de jirafa como se las conoce popularmente, forman parte del grupo étnico o tribu Kayan o Karen. Son originarias de Myanmar (ex Birmania), aunque actualmente un grupo de ellas junto a sus familias habitan en una comarca ubicada en el norte tailandés. Llegaron escapando de la guerra en su país, aunque la lucha por sobrevivir no tiene fin.Actualmente, la excursión a la comarca de esta tribu es promocionada por todas las agencias turísticas del país de la eterna sonrisa. Quienes la cuestionan, afirman que las mujeres están siendo explotadas a cambio de asilo político. Y que las nuevas generaciones de chicas padaung se ven obligadas a estirar sus cuellos por tracción mecánica para mantener la curiosidad de los visitantes que pagan por verlas. Para otros, hablar de esta manera es simplificar en términos técnicos y económicos una tradición que viene de varias generaciones. Después de casi dos horas, termino mi recorrido. Antes de salir vuelvo a mirar hacia atrás pero ya no las veo, aunque siguen ahí, atrapadas en un círculo vicioso: el turismo que les da de comer es también el que las sujeta a esos grilletes anillados. Visitarlas o no, dependerá de cada uno. Aunque si decidís ir, tratá de ser generoso. Al menos, comprales alguna de sus artesanías y ayudales a sentir que son personas y no un fenómeno de circo. Por César CucchiaroniPeriodista





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