Nunca voy a olvidar el día que viajamos a Bupsu a la cantina vegetariana. Allí cocinan con verduras orgánicas y la gracia de sus platos es que son parecidos a un ikebana (arte global que busca una composición armónica entre elementos) por la superposición de las texturas y los colores.Algunos parecen paisajes: montañas con puré de remolacha y casitas de tofu y pastizales de ralladura de limón japonés. La noción de límites entre el espacio propio y el ajeno está siempre presente. El respeto. El respeto por el otro es incuestionable y, por esa razón, en el trasporte público no permiten no permiten hablar por celular o marcar teclas con sonido. El tono de voz de todos muy bajo. Hay libertad total de vestirse a peinarse. Ese pues viviendo según un nuevo paradigma me hizo sentir confiada, y relajada.También llama la atención descubrir cómo conviven el pasado y el presente, lo propio y lo ajeno. Hay objetos y productos de todas partea, como si tuvieran un catálogo completo de mercancías mundiales a mano.Sobre las diferencias entre Occidente y Oriente. Es uno, Occidente; lo nuevo, reluciente, inmaculada, claro luminoso: el otro Oriente, el paso del tiempo impreso en los objetos, en la patina del uso, a las cosas japonesas con aleros grandes para que no entre el sol y se mantengan frescas y oscuras y resalten (los paneles de papel de arroz) o el blanco del arroz en el sol de laca oscura.Tratando de explicar tantas sensaciones que viví en el viaje, siento que me escapo de su propia naturaleza, porque fue un viaje maravilloso que no se puede explicar con tantas palabras. Osab me decía: más explicas, más te alejas de ti; es como querer retener tu propia sombra.HaikuHuir retrocederTenemos que resistirPara ser libresColaboraAurora Bitó[email protected]





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