Una furiosa tempestad que despiertan los más profundos miedos del hombre ante su presencia, su temeraria aparición ni siquiera brinda la posibilidad de esconderse o escapar de su presencia.A su llegada, lo antecede una inquieta tranquilidad que se forma bajo sus nubes negras que marchan en la oscuridad que se forma anunciando su inevitable llegada. La quietud del entorno se intensifica y el silencio se apodera de un lúgubre escenario donde no se escuchan ni siquiera el canto de las aves, o las risas de los niños jugando en el parque desaparecen, todo se convierte en una intranquila quietud. De repente, sorpresivos vientos llegan y arremeten contra un viejo árbol que se zarandea sin poder escapar de su destino.La polvareda se levanta como queriendo escapar de ese lugar, pero sin encontrar algún cielo claro para poderse resguardar, en su camino golpean el rostro de asustados transeúntes como si los quisiera llevar en algún lugar lejano en busca de paz. En ese momento, hasta el más valiente de los hombres se siente como un niño perdido en la penumbra de su habitación buscando el refugio de unos brazos seguros y una dulce voz que le brinde seguridad.Cuando llega una tormenta, simplemente queda rezar y esperar que todo pase, mientras los pensamientos se mezclan con los temores y estos hacen que el momento se transforme en una confesión profunda y sincera ante Dios, una oración que nacerá de lo más profundo de nuestra esencia y vulnerabilidad.Sus truenos gritan con toda su furia y sacuden el pecho de aquella temerosa persona, que lo único que ronda por su cabeza es callar, pedirle perdón y aceptar su enfado. En una noche de tormenta, el mundo parece más grande o quizás el ser humano se vuelve más pequeño e indefenso, simplemente porque no puede hacer frente a lo real y prefiere escapar a través de sus rezos que lo llevarán a un mejor final.En ese momento, los pensamientos del hombre se encontrará frente a la incertidumbre de lo que vendrá, que quizás se asemejaría a caminar descalzo en medio de la oscuridad por un camino que nunca había transitado. Sin piedad, las fuertes lluvias arremeterán una y otra vez las ventanas, puertas como queriendo entrar para profanar el único rincón donde ese alma asustada se puede refugiar. Mientras tanto, ese sujeto permanecerá quieto y en silencio, como si fuera un perseguido que recibirá un castigo por su arrogancia y orgullo que muchas veces muestra hacia los demás. Mientras que a través de un empañado vidrio mirará las hojas que fueron tomadas prisioneras de algún torbellino que juega con ellas, como cazador que exhibe su trofeo para que los mudos espectadores lo miren con respeto, tal vez con temor. En muchas ocasiones cuando las personas se encuentran frente a estas inclemencias, tienen sentimientos encontrados y los brillantes rayos ponen de manifiesto esos temores de cuando están a solas temen que les pase algo, mientras que si están junto a sus seres queridos desea que no les pase nada olvidándose por un momento de ellos mismos. A lo largo de nuestra vida hemos afrontados muchas tormentas; algunas se forman en nuestras mentes y se transforman en tempestades y promesas que olvidaremos, ni bien salga el sol. Las tempestades que se forman en los cielos bajan a la tierra para transformarse en el propio Hades del hombre. Cuando volvamos a enfrentarnos a alguna de estas tempestades veremos que cada una de ellas siempre serán diferentes, pero los miedos que surgen de nuestras mentes, siempre serán las mismas. Por Raúl Saucedo [email protected]





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