El andar de los caminos siempre lleva a encontrar lugares, situaciones y personas que siempre quedarán grabadas en la memoria. Lugareños de los cuales uno podrá conocer y admirar por su calidez y sencillez, que los transforman en tesoros ocultos detrás del horizonte y que permanecerán allí para que otras personas los descubran.En una oportunidad, la distancia me llevó a Santiago del Estero, para el cumpleaños de “La abuela María Luisa”, una fiesta que se realiza todos los años en la localidad de La Banda, más precisamente en el humilde barrio Los Lagos y que reune a la familia Carabajal, quienes comparten su música con una gran cantidad de personas que se acercan a celebrar cinco días de puro festival de chacareras.En una oportunidad me acerqué a conocer esa fiesta y pude ver la alegría de todo un pueblo celebrando como una gran familia: los bombos, violines y guitarras sonaban día y noche.No importaba la edad de los cantores, todos tenían algo que decir a través de sus canciones y compartían un momento alegre.En aquella oportunidad llegué al lugar a la “buena de Dios”, aún con mi mochila sobre los hombros, me detuve a escuchar a los grupos que subían al escenario ubicado en la calle del barrio. Una persona que estaba sentada me dijo si tenía lugar donde pasar la noche, a lo que respondí que aún no. Se levantó de su mesa y me señaló con su mano un buen lugar para pasar la noche “Don Ruíz, todos los años prepara su casa para recibir a los viajeros como usted que llegan de todas partes”, me dijo.Le agradecí y fui hasta aquel lugar, al llegar vi a una persona sentada en la puerta de una humilde vivienda, ni bien me vio se levantó para saludarme y me comentó el precio de la estadía, lo cual era muy económico en comparación de otros lugares. El hombre me había dado su cuarto para pasar la noche, tenía una cama de bronce y cuadros muy antiguos en la pared.Todas las noches venían de visita sus hijos y sus nietos con quienes compartía una entretenida cena en familia.El primer día salí del cuarto y al pasar por la sala solo saludé a la gran familia y me fuí al festival para disfrutar de las noches de peña: con olor a tierra de un patio bien regado. Las noches se encendían con cantores y bailes que se organizaban en una casa cualquiera. Al día siguiente, el hombre me esperaba con un espacio en su mesa para compartir un gran almuerzo familiar, me parecía un poco injusto porque eso no estaba incluido en la tarifa y él tampoco quiso cobrarme por el plato de comida. Por la mañana el anciano me esperaba con el desayuno y compartíamos largas charlas donde me contaba la historia de la familia Carabajal, quienes se criaron en el humilde lugar y que hoy son los referentes del folclore del país. También hablaba de su familia y de todas esas tradiciones santiagueñas: como la preparación del vinito de los pobres que se hace con la fruta o la corteza de la “Algarroba”, así también como sus platos típicos. Una noche salí a la vereda comencé a charlar con el hijo de “Don Ruiz” y le dije que estaba contento por el trato cordial, que me hacía sentir como en casa, pero a la vez me sentía incómodo porque el precio del hospedaje era muy económico y ellos no me cobraban por la comida.El hombre me miró y dijo “siempre en Santiago vas a encontrar personas así, y mi padre es una de ellas. Somos muy cordiales con las personas que vienen de otros lugares y nos sentimos orgullosos de compartir nuestra casa”. Esto me llevó a reflexionar que las personas que comparten las pocas cosas que tienen, en verdad guardan una gran riqueza en su corazón.Por Raúl Saucedo [email protected]





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