(Nota completa publicada el 3 de octubre de 2011 en PRIMERA EDICIÓN)Muchos lo recuerdan como el primer caso en que las autoridades provinciales intervinieron para rescatar a una mujer (en este caso, una adolescente de 16 años) de una red de trata de personas que operaba en las zonas fronterizas de Misiones.Ella es Andrea, oriunda de El Soberbio, a quien el Ministerio de Derechos Humanos, junto a la Policía Civil brasileña, con una orden judicial, encontrara en condiciones infrahumanas, obligada a ejercer la prostitución en un local “rutero” de Criciúma en 2008.Tres años después, deberíamos estar hablando de una víctima reinsertada a su familia, tal vez formando una pareja o trabajando para lograr el sustento económico y hasta -por qué no- estudiando.Sin embargo, los golpes, la pérdida de identidad, el deterioro cotidiano del físico y el espíritu invadido y “manoseado” por tantos fantasmas, potenciado por una mezcla de narcóticos que invadieron sus venas, hacen que para Andrea las cuestiones básicas para cualquier persona “común” sean un cuento de hadas que pudo haber vivido solamente en algún desvarío inducido por las sustancias que la obligaban a consumir. La realidad es que todos en El Soberbio conocen lo que le pasó a Andrea, por lo que a muchos les duele ver deambular por las calles a esa mujer que tiene una belleza particular por la mixtura típica de las razas fronterizas y que a veces está “limpia y perfumada pero otras sucia y con poca ropa”, cuentan los vecinos.Cuando fue rescatada y traída a Argentina, las autoridades sabían que la recuperación de esta víctima no sería fácil, por lo que fue internada en el hospital de Fátima, en Posadas. Luego pudieron ubicar a la madre en el Paraje Monteagudo Bajo, a varios kilómetros del casco urbano de El Soberbio, muy cerca del río Uruguay. Lourdes Moraiz (48) fue llevada junto a su hija y permaneció varios días acompañando su internación en la capital provincial.Hasta aquí, el papel de las autoridades especializadas en la trata de personas y de los profesionales médicos fue impecable. Pero todo cambió cuando decidieron preguntarle a la mamá si podría hacerse cargo de Andrea, llevarla a casa, darle su medicación y contenerla hasta lograr su recuperación de las adicciones y alejarla del pasado tan cruel que todavía era muy reciente.Según lo comprobado por PRIMERA EDICIÓN, presente en el paraje donde actualmente vive Lourdes, madre de Andrea y once hijos más, es evidente que una persona afectada por todo lo que padeció esta joven no podría recuperarse “de nada” sin un estricto acompañamiento profesional. Sin embargo, allí la dejaron.La humilde vivienda se deja ver en un claro del monte. Es tan pequeña que cuesta pensar que allí viven Lourdes, su actual marido y cinco de los doce hijos: “Son los más chicos, dos nenas y tres varones”, comentó la madre, a quien este diario encontró “rozando” la capuera con alguno de sus hijos adolescentes en un cerro escarpado donde se va a plantar tabaco. Sus 48 años parecen recargados de sufrimiento y es evidente que la vida le golpea muy fuerte.Hablando en “portuñol”, explicó que la primera prueba de convivencia con Andrea no fue buena y apenas duró unos días: “Ella se puso violenta y no quería quedarse con nosotros. Cuando toma su remedio está bien, pero después se pone como loca y a veces agarraba un cuchillo amenazando con agredirme a mí y a sus hermanos”, relató.Lourdes admitió que hace más de dos meses que Andrea se fue “para el pueblo” y no supo más de ella. Consultada si extrañaba a su hija y querría que volviera a vivir con la familia, a la madre se le llenaron los ojos de lágrimas y, con la voz entrecortada, respondió que le gustaría “si se comporta”, pero ella cree que su hija no está bien y “yo tengo que trabajar. Los más chicos se quedan en la casa, es un peligro que ella esté cerca y cuando ella está, yo no puedo hacer nada”. Aparentemente resignada, dijo que prefiere que Andrea se quede “por el pueblo” y venga a visitarla de vez en cuando. El relato evidencia que no fue la mejor elección “devolverla” con su familia sin antes recuperarla con un tratamiento profesional adecuado. Y la prueba se ve día a día en las calles de El Soberbio, por donde esta víctima -¿rescatada?- deambula a expensas de los inescrupulosos personajes que sólo ven en ella un objeto sexual fácil de vulnerar.ContradiccionesLa vida de Andrea está signada por las contradicciones: es muy grande y psicológicamente inestable como para vivir en un hogar de niños, pero a la vez es muy infantil para ser llevada a un hogar de adultos.Fue rescatada por las autoridades especializadas en ayudar a las víctimas de prostitución y maltratos, pero la dejaron en manos de su familia, que -aunque tenga una voluntadinmensa- no está preparada para convivir con la víctima y con sus fantasmas. Luego fue a parar en manos de las autoridades del hospital de El Soberbio, donde también primó la voluntad de ayudar a esta muchacha que no tenía la culpa de lo que le tocó vivir, pero sin un equipo interdisciplinario que pudiera hacerle el seguimiento para que cumpla su tratamiento, las voluntades se convirtieron en un nuevo pedido de ayuda al Ministerio de Derechos Humanos.Esta fue otra de las tantas, pero tal vez la más increíble contradicción: las autoridades decidieron poner a Andrea a cargo de su tía, hermana de su fallecido padre y regente del prostíbulo más popular en El Soberbio. La mujer aseguró en varias oportunidades que su familiar no “labura” en el local, pero Andrea desmintió estas afirmaciones cuando se escapó del “bar” de Yulia porque la obligaban a acostarse con hombres.Si la buscan, Andrea sigue por
las calles de El Soberbio clamando por que la ayuden a encontrar su lugar en este mundo, antes de que el último resquicio de conciencia que le queda sea devorado por la locura.Antes de abandonar la zona, este Diario supo que tres hermanas (una mayor y dos menores que Andrea) también están “trabajando” en prostíbulos de Criciumá y Tres Pasos, ciudades brasileñas ubicadas al sur de Porto Soberbo, pueblo vecino a su homónimo argentino El Soberbio. La última contradicción: ¿sería bueno rescatarlas y que corran la suerte de Andrea o dejar que el destino las alcance irremediablemente?La calle se llevó sus años“Se fue a los seis años de la casa. Después supe que se quiso ir a Brasil, no sé si con un hombre o qué. Cuando quiso cruzar la frontera, Gendarmería la paró y la llevó a Posadas a un instituto de menores”.Lourdes cuenta que le avisaron de dónde estaba su hija Andrea y entonces decidió viajar a la capital provincial, donde estuvieron un par de días hasta que la hicieron cargo dela nena. Ambas volvieron a su humilde casa del Paraje Monteagudo Bajo, pero al poco tiempo ella se puso rebelde otra vez y “se escapó para el lado del pueblo”.La última vez que la mujer supo de su hija esta ya tenía 16 años y fue cuando “hizo lo que saben todas las personas”, dijo la madre. “Ella anduvo por Brasil, pero la agarraron y la trajeron. Ahí ella quedó por su cuenta”. La madre recordó que se enteró que quien la llevó era una de sus hijas, Sonia, pero que en realidad el nombre que figura en su documento es Marta (se comenta que es otra de las hermanas que trabaja en un burdel de Brasil). Hablando nuevamente de Andrea, dijo: “Yo no sé si se estaba prostituyendo, ella estaba en Brasil y la trajeron. Ahora supe que estaba acá, en la casa de una hermana del que era mi marido. Ella se llama Yulia”. Por último, Lourdes recordó con lágrimas que “cuando ella era chica era buenita, después no sé lo que pasó y me duele mucho lo que tuvo que vivir”.El año pasado estuvo internada en Posadas, de donde se escapó y se fue a El Soberbio. Cuentan los vecinos que vivió en la calle un tiempo y un día que hacía mucho frío la gente del hospital la llevó para internarla en Oberá, pero se volvió a escapar. Después anduvo otra vez por el pueblo hasta que “la agarraron seis tipos y un señor la rescató”, trasladándola de nuevo al hospital.La directora de ese momento, Sandra Besold, decidió dejarla internada de forma ambulatoria.




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