Este es el editorial de PRIMERA EDICIÓN del 12 de septiembre de 2001:¿Se lo tenían merecido?La Historia se tomó dieciocho minutos ayer cuando un avión de una línea aérea comercial impactó a las 8.45 de la mañana contra una de las torres gemelas del World Trade Center. Cuando a las 9.03 otro aparato de similares características hizo blanco en el centro de la segunda torre, con la certeza de que no se trataba de un accidente, la Historia se echó a andar otra vez por un rumbo que, a esta hora, muy pocos están en condiciones de prever.Minutos más tarde un tercer avión comercial de gran porte impactaba sobre el Pentágono y otro era derribado cerca de Camp David. El corazón de la mayor potencia económica y militar del mundo fue atacado de un modo para nada convencional; los 60 mil millones de dólares que la administración Bush había decidido invertir en el escudo antimisiles para defenderse de eventuales agresiones externas pasaron a valer menos que las toneladas de escombros en la isla de Manhattan. A una joven periodista de un diario porteño, quien desde hace dos años busca hacer pie en los Estados Unidos, se le preguntó desde la redacción de PRIMERA EDICIÓN qué impresión recogió en la calle de los hechos comentados. "En el subte muchos pasajeros decían que tenían ganas de festejar, pero que los detenía la cantidad de civiles muertos”,comentó. "Se lo tienen merecido”, se oyó a algunas personas en el centro de Posadas. Y es posible que haya sido el sentimiento generalizado en el país y en buena parte del mundo. Todas las agresiones de los Estados Unidos a lo largo de la Historia y a lo ancho del mundo se contabilizaron minuciosamente. Alguien mencionó que en las Torres Gemelas funcionaba la oficina de J.P. Morgan en las que se elaboraban las cifras del nesgo país. De allí salían las recomendaciones que, vía FMI, se impartían a las economías del mundo. En el Pentágono se elaboraban las políticas de seguridad del Occidente del cual la atacada Nueva York se considera la capital. ¿Se lo tenían merecido? No, sin duda. Pero tampoco se lo tenían merecido las poblaciones de los demás puntos del planeta en los que la política de los Estados Unidos hizo estragos en la población civil por efectos de los bombardeos, de la manipulación de las economías o de los golpes de Estado (recuérdese la Escuela de las Américas donde se entrenaban militares latinoamericanos para secuestrar, tortu rar y desaparecer a opositores o la participación de la CIA en el golpe contra Allende en Chile). ¿Se lo tenían merecido? No, sin duda. Pero tampoco se lo tienen merecido los afganos que anoche eran bombardeados en represalia, tampoco se lo tienen merecido los miles de millones en el mundo que padecen la exclusión que es la contracara de la concentración de riquezas a escala mundial que representaban las Torres Gemelas custodiadas por el Pentágono. La Historia se detuvo dieciocho minutos en el corazón del poder financiero y militar del mundo; la Historia se terminó en ese tiempo para las decenas de miles de víctimas; la Historia se terminaba en ese mismo lapso para centenas de miles en el resto del mundo como producto de las políticas económicas, financieras y militares elaboradas en los lugares blanco de los atentados. Ni unos ni otros tenían merecida tamaña suerte. Después de esos dieciocho minutos de parálisis aparente la Historia volvió a andar; el presidente de ese país, el líder de Occidente, prometió venganza y, si se toma en cuenta lo que hasta ahora ha significado esa expresión, la Historia pudo haber empezado a las 8.45 de ayer (hora de Nueva York) su acelerada carrera al Armagedón, la destrucción total. Pero también pudo empezar el camino hacia una distribución más equitativa de la riqueza.





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