Señora Directora: Primero Zelaya, luego Lugo, ahora Dilma Rousseff. Dilma, la primer mujer presidenta del Brasil, dijo una vez: “No soy criticada porque soy dura, sino porque soy mujer”. En 1970 el régimen militar la mantuvo presa por tres años, donde soportó torturas aberrantes. En 1977 se recibió de economista. En 1991 le llegó el primer cargo político como Secretaria de Energía, cargo que ocupó hasta 1995. En enero del 2003, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva la nombró Ministra de Energía. “En Brasil, una de las mayores tareas pendientes es la recomposición de los lazos. Con mejorar la situación económica no basta, también hay que reconstruir la familia porque es clave para mejorar la educación, para combatir la delincuencia… En definitiva, para crecer como sociedad,” declaró en una entrevista. El 31 de octubre de 2010 fue elegida presidenta de Brasil, convirtiéndose en la primera mujer en el cargo al conseguir más del 55% de los votos emitidos; el 26 de octubre de 2014, Dilma fue reelegida presidenta de Brasil. El jueves 12 de mayo de 2016, fue destituida provisoriamente de su cargo, tras 21 horas de sesión en el Senado y un duro discurso de Dilma Rousseff en el que afirmó que su destitución era un golpe de Estado. El 31 de agosto es destituida de su cargo definitivamente, por 61 votos contra 20 que se opusieron. Ahora el pueblo es gobernado sin la legitimidad que corresponde en tiempos de democracia, por una persona sin popularidad, que cuenta con un equipo salido de las grandes corporaciones, con un plan de ajuste que va a castigar nuevamente a las clases más pobres del Brasil. Cuando los habitantes de un pueblo se dejan convencer por los periodistas mercenarios que en nombre de la ética imponen falacias, que en constante bombardeo mediático hacen que el pueblo se levante contra sí mismo, haciéndole sufrir trastornos de personalidad disociativos que hacen que los descalzos se identifiquen con los que tienen zapatillas, la única salida es la introspección, el poder interpretar la realidad antes de transformarla. Porque actuar sin pensar es cómo disparar sin apuntar. “Despacio y buena letra, que hacer las cosas bien importa más que hacerlas”, decía Antonio Machado.





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